Horacio De la Cruz S.

| @hcsblog

Hoy, 25 de enero de 2024, se han dado a conocer listas de los candidatos que seguramente integrarán el Congreso Mexicano (Cámara de Diputados y Cámara de Senadores) para la próxima legislatura que iniciará funciones en septiembre. Poco a poco, profundizaremos sobre los perfiles y las propuestas.

Lo importante ahora es comentar que ya vislumbramos el horizonte político de México para la elección del 2 de junio de 2024, un evento trascendental que marcará un hito en la historia del país.

¿Por qué un hito? Si las circunstancias (como el crimen organizado) lo permiten, los mexicanos tendremos la posibilidad de elegir un total de 20,486 cargos de elección popular, destacando la primera presidenta (mujer) de la República Mexicana, la elección de 8 gobiernos estatales y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

Esta elección, así, se erige como la más grande en la historia de México.

En este complejo escenario electoral, el exhorto para que participen alrededor de 98 millones de personas añade un matiz significativo.

Pero la contienda no solo será amplia en términos numéricos, sino que también se perfila como la definición crucial entre dos modelos políticos opuestos.

En el ámbito político, se enfrentan dos visiones divergentes: por un lado, un modelo opositor (PAN, PRI, PRD) que aboga por más democracia y fortalecimiento de las instituciones, con un énfasis en el equilibrio de poderes; por otro lado, (Morena, PT, PVEM) un modelo basado en el centralismo, el poder presidencial y la eliminación de los órganos autónomos, evocando el retorno al poder del Estado absolutista.

La dimensión económica añade otro elemento de contraste, con un modelo opositor que propone el restablecimiento de un mercado orientado hacia la competencia y el desarrollo basado en energías limpias. En contraposición, un modelo estatista e intervencionista que aboga por la participación del Estado en el mercado y la conservación de los monopolios estatales en sectores clave como la energía y el petróleo.

En el trascendental ámbito de la seguridad, en medio de la descomposición de diversas regiones del país a manos de la delincuencia organizada (aproximadamente el 60 por ciento del territorio nacional) y el narcotráfico, la oposición plantea el mando civil de la Guardia Nacional y el fortalecimiento de las policías locales. Contrapuesto a este enfoque, está el modelo actual que se caracteriza por la militarización de la vida pública, la inacción frente al crimen y la extorsión, y el control militar en puertos, aeropuertos, transporte y aduanas, entre muchos otros temas.

Esta elección, por tanto, se configura como un punto de inflexión o continuidad para el país.

Los contendientes no pueden permanecer en la neutralidad; deben asumir posturas serias, responsables y fundamentadas. Más aún, aquellos que tienen el poder de informar y opinar, también deben hacerlo con honestidad y verdad.

No se puede, ni se debe, recurrir o intentar la destrucción del contrario a través de la agresión verbal o física, menos recurrir a la mentira, a la guerra sucia o acusar sin fundamento.

En este proceso electoral, se impone la necesidad de pensar en el México de hoy y en las futuras generaciones a la hora de votar.

La contienda será dura y amplia. Pero no tiene por qué degenerar en una guerra fratricida. El llamado de los ciudadanos es a la presentación de propuestas, al razonamiento y al actuar civilizadamente y con el corazón.

Quienes promuevan el odio, el pleito, o la violencia deben ser rechazados, ya que su interés no radica en el bienestar de México ni de los mexicanos, sino en objetivos inconfesables y egoístas, individuales y de grupo.

El primer domingo de junio está a la vuelta. Hay que saber que cada voto cuenta, como nunca, y que se debe depositar en conciencia de lo que cada quien, y cada cual, queremos para México.

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