Horacio De la Cruz S.

| @hcsblog

El presidente Andrés Manuel López Obrador nunca ha comprendido que nada ni nadie puede estar por encima de la Constitución. Le molestan los contrapesos, gobierna con onerosas ocurrencias y caprichos, y no quiere rendir cuentas, mucho menos informar cómo gasta el dinero de los mexicanos.

Ha engordado al Ejército a su conveniencia y permitido el crecimiento de las actividades criminales, las cuales ahora controlan hasta el 60 por ciento del territorio nacional, incluyendo todas las principales carreteras del país.

Le estorba la competencia política (no así los dirigentes partidistas "opositores", que son como una caricatura con poder) y un sistema electoral democrático. Por eso ha emprendido la colonización del INE y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Su gobierno es el gobierno de un solo hombre: él. Los gobernadores y legisladores de su partido son un coro de voces al unísono, de las decisiones que toma desde Palacio Nacional, y nadie puede contradecirlo o cambiar una sola coma.

Las crónicas del terror que infunde en su séquito son variadas. La lealtad con la que actúan sus allegados está influenciada por la máxima de que no busca que lo amen, sino que le teman.

Y así hemos llegado a cuatro meses y días de un proceso que culminará con la elección de la sucesora de Andrés Manuel López Obrador, quien necesita desesperadamente no solo a Claudia Sheinbaum en la Presidencia de la República, sino también la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión (Diputados y Senadores).

Para López Obrador las cosas no pueden ser de otro modo, o el mundo se le puede venir encima. No es para menos. Es un presidente que habrá decidido y gastado al concluir su sexenio algo así como 55 billones de pesos ($55,000,000,000,000), sin considerar los ajustes derivados del endeudamiento público. Una cifra que, en billetes físicos, casi nadie puede imaginar qué espacio ocuparían más allá de la denominación.

A pesar de ello, ninguna de sus megaobras funciona. Todos sus proyectos son improductivos y deficitarios. Habremos crecido como país menos del 1 por ciento promedio anual en los años de su gobierno, y más de un millón de familias habrán sufrido la pérdida de uno o más integrantes por enfermedad, falta de medicamentos, déficit de equipos y hospitales, ó -desde luego- por un homicidio a manos del crimen que se pasea impune por todo el país.

Por eso ahora el presidente se inmiscuye en el proceso electoral como actor principal y promete (a los trabajadores en la formalidad) que, si votan por "su proyecto de país", van a retirarse laboralmente a los 65 años con el 100 por ciento de su salario.

En términos claros, el presidente Andrés Manuel López Obrador está comprando el voto con un cheque sin fondos (dice que ya hay un capital semilla de 64 mil millones de pesos).

Lo que no dice es que la promesa del retiro al 100 por ciento es otro más de los espejitos que vende para extender su poder después de conluido el tiempo que la Constitución le obliga a no involucrarse en los asuntos de los mexicanos, más allá de su condición de ciudadano.

Para mi Andrés Manuel López Obrador no es el mejor político de México, pero sí el mejor vendedor de ilusiones.

Región Global |@regionglobalmx