Ni es médico ni cobra tarifa, pero quita dolores, aseguran testigos. Su presencia incomodó al orden urbano y a la burocracia médica. Tras provocar largas filas frente al edificio Carolino de la BUAP, Mircea Gabriel Mihaila, el joven migrante rumano conocido como el “quita dolores”, se reubica.
Puebla de Zaragoza, Pue.- La medida, presentada como ordenamiento del espacio público, no resuelve el fenómeno de fondo: miles de personas en Puebla están buscando alivio, y lo encuentran en un extranjero que impone las manos, escucha sin prejuicios y cobra solo lo que cada quien quiera dar.
“Las prácticas energéticas no tienen sustento científico”, reiteró la Secretaría de Salud del Estado . Aunque el gobierno reconoció que no tiene facultades para regular actividades fuera de establecimientos registrados, exhortó a la población a no sustituir la atención médica profesional por terapias alternativas.
Pero la realidad en Puebla contradice cualquier exhorto. Consultas pospuestas, recetas limitadas a paracetamol, unidades médicas sin personal y hospitales colapsados son el pan de cada día. Quienes acuden con Gabriel no huyen de la medicina, huyen del abandono institucional.
La explanada frente al Carolino se convirtió en una suerte de sala de espera al aire libre. Esperas de hasta nueve horas, personas sentadas en el suelo, otras con cobijas, llegaban desde Oaxaca, Veracruz, Tlaxcala o Pachuca. Venían a buscar alivio de dolores musculares, migrañas, lesiones crónicas, incluso cáncer. Lo hacían no por ingenuidad, sino por desesperación.
Gabriel los recibía uno por uno, imponía las manos, cerraba los ojos. No prometía milagros. No entregaba recetas. Solo ofrecía presencia, contacto, calma. Y, en muchos casos, alivio real.
Ante las aglomeraciones, el Ayuntamiento optó por moverlo al Paseo Bravo y ponerle un tope: 40 atenciones diarias. La decisión, lejos de resolver el fenómeno, lo institucionaliza de facto. No es como regular un comercio, sino de contener un síntoma del colapso del sistema de salud.
En Puebla, el déficit de médicos especialistas supera el 40%. Hay unidades médicas rurales que operan con pasantes sin equipo. Las clínicas de primer nivel carecen de medicamentos. En hospitales como el General del Sur o el Hospital de la Mujer, los pacientes deben esperar semanas o meses para ser atendidos. En zonas como la Sierra Norte o Sierra Negra y Tehuacán, el traslado por atención médica es un viacrucis.
“Mi dolor de espalda no me dejaba dormir. Fui al centro de salud y me dieron cita para dentro de 18 días. Aquí vine, me tocó la mano, y pude descansar”, cuenta Aurora, ama de casa de 63 años. Como ella, otros tantos prefieren esperar en la calle con la esperanza de una caricia energética antes que volver a ser ignorados en una sala del servicio médico estatal.
Gabriel Mihaila llegó a Puebla. Dice que el “regreso de Saturno” lo hizo querer cambiar de vida. Vino desde Mérida y se instaló frente a la universidad porque quería estar cerca del conocimiento. Nunca imaginó que terminaría canalizando energía y recibiendo a cientos de personas al día.
A través de un comunicado, el gobierno repite que su compromiso es con la medicina basada en evidencia. Pero la evidencia que importa está en la calle: cientos de personas que prefieren el toque de un migrante rumano antes que el papeleo de una clínica estatal.
El verdadero escándalo no es que Gabriel imponga las manos. Es que en Puebla, en pleno 2025, la gente tenga más fe en un extranjero solitario que en todo el aparato de salud pública estatal.
0 Comentarios