Mientras dos familias en México lloran a sus muertos, las autoridades de México y Estados Unidos buscan entender cómo un buque insignia de la Marina terminó desviado, fuera de control y estrellado contra una de las estructuras más icónicas del mundo.

InfoStock, NY - Lo que se perfila es más que una falla técnica: es una muestra desnuda de negligencia, improvisación y descomposición operativa en el corazón de las instituciones navales mexicanas.

El accidente del Buque Escuela *Cuauhtémoc* en Nueva York no es solamente un doloroso episodio para la Armada de México: es el inicio de una investigación internacional que ya apunta a una cadena de omisiones, desorganización técnica y un desvío de funciones que bordea el escándalo diplomático. A la tragedia humana –dos jóvenes marinos muertos y más de veinte heridos, varios de ellos de gravedad– se suma el bochorno de ver el mástil del navío doblado como símbolo de una operación que se ha salido de control.

Según confirmaron medios estadounidenses como *The New York Times*, el *Cuauhtémoc* nunca debió acercarse al Puente de Brooklyn. No estaba en su ruta. No existía plan para cruzar por debajo de esa estructura. Lo hizo tras una desviación inexplicable que, hasta ahora, se atribuye a "fallas mecánicas". Pero en realidad, lo que falló fue un sistema entero: el de mantenimiento, el de navegación, el de decisión y, quizás, el de comando.

El hecho de que el buque haya perdido propulsión y que un remolcador no pudiera evitar el desastre apunta a un estado crítico de la embarcación. A bordo, según testimonios, los cadetes viajaban encaramados en los mástiles, entonando cánticos como parte del protocolo de salida. La escena terminó en horror cuando el mástil mayor, de 45 metros, se dobló contra la base del puente y los marinos quedaron colgados, suspendidos entre arneses y golpes.

América Yamileth Sánchez Hernández y Adal Jair Maldonado Marcos no sobrevivieron. Sus muertes han desencadenado una ola de indignación, alimentada por la falta de claridad en la información oficial y por las contradicciones técnicas que ya circulan en redes y medios. La Armada ha sido hermética. La Presidencia de la República ha optado por el discurso del pésame. Mientras tanto, el senador estadounidense Chuck Schumer no se anduvo con rodeos: hay más preguntas que respuestas.

Y las preguntas incomodan. ¿Por qué una embarcación supuestamente en condiciones de entrenamiento y representación institucional perdió el control? ¿Qué tan preparados estaban los operadores? ¿Hubo errores humanos? ¿Estaba la embarcación apta para zarpar? ¿Cuál era exactamente la relación de coordinación entre el buque y el remolcador que lo asistía?

El contexto no ayuda. Antes del accidente, el *Cuauhtémoc* fue utilizado como plataforma de proselitismo político por simpatizantes de Morena en Nueva York. Subieron a bordo para llamar al voto en las elecciones judiciales mexicanas y promover candidatos específicos. Las imágenes circularon ampliamente. Se trató, nuevamente, de la apropiación de un recurso público –el símbolo flotante de la Armada– para fines partidistas. Aquello que debía ser instrumento de formación y diplomacia naval fue convertido en escenario de campaña y populismo transfronterizo.

El incidente se ha convertido en una grieta múltiple. Hay una grieta institucional, que expone las debilidades técnicas y logísticas de una de las embarcaciones más emblemáticas del país. Hay una grieta política, por la utilización indebida del buque y por la falta de reacción del Gobierno federal. Y hay una grieta diplomática: se trata de una tragedia mexicana en aguas estadounidenses, con marinos muertos, con potenciales consecuencias legales, y con una investigación abierta por autoridades que no responderán a órdenes de Sheinbaum.

Mientras tanto, los padres de América y de Adal velan en silencio a sus hijos. En San Mateo del Mar y en Veracruz, el dolor es real y no admite retórica. Y en Nueva York, el *Cuauhtémoc* permanece atracado como una figura rota del discurso oficial. Ya no representa orgullo, sino vergüenza. Ya no canta la gloria de la Marina, sino el eco de una tragedia que desnuda el abandono, la improvisación y la pérdida de rumbo –literal y simbólica– de un país que ya ni siquiera puede garantizar que sus buques naveguen con seguridad.

Las investigaciones continuarán, los informes llegarán, y los peritajes hablarán de pernos, válvulas o protocolos. Pero nada de eso será suficiente si no se reconoce que lo que se estrelló en Nueva York fue mucho más que un mástil: fue una idea de Estado, donde las instituciones no se ven sólidas, no se aprecian confiables, y están al servicio del interés político.