Lo llaman “El quita dolores” y, desde hace semanas, ocupa un espacio discreto a las afueras del edificio Carolino, en el centro histórico de la ciudad de Puebla. Ahí, sentado en una silla modesta, con una cartulina que simplemente dice “Quito Dolores”, impone las manos sobre espaldas, hombros y rodillas.

Puebla de Zaragoza, Pue.- Y la gente afirma que alivia. Sin medicina. Sin aparatos. Sin una tarifa fija. Su nombre es Mircea Gabriel Mijaila. Tiene poco más de 30 años y llegó a México desde Rumanía. Primero pisó Quintana Roo, luego vivió en Mérida, y finalmente recaló en Puebla, donde encontró —dice— un lugar para “sanar y ser libre”.

“Renuncié a todo. Vine a México buscando un reinicio. Es como si estuvieras en otro planeta”, cuenta Gabriel con serenidad. Asegura no ser un curandero, ni un sanador tradicional, ni un religioso. “Solo soy un canal de energía”, dice. Canaliza, impone, descarga. Lo hace con las manos. Y no espera nada a cambio, aunque quienes acuden a él suelen dejarle una aportación voluntaria.

Le dices que te duele la espalda o el hombro, y él simplemente posiciona su mano. A través de la energía, te alivia”, cuenta Sarai, quien ha presenciado las sesiones y documentado algunos de los testimonios.

Gabriel descubrió su capacidad casi por accidente. Fue en Mérida. Un hombre se cortó profundamente frente a él. Actuó por instinto: puso su mano sobre la herida. El dolor se redujo. El sangrado se estabilizó. “Los paramédicos no podían explicarlo”, recuerda. Desde ese día, empezó a explorar lo que él mismo define como un don, una energía que puede fluir “sin límites”.

Desde entonces, ha estudiado por su cuenta, ha leído sobre cuerpos, terapias alternativas. Pero su método sigue siendo directo: las manos, el toque, la concentración y la fe.

Hoy, el fenómeno se ha vuelto viral. Cada mañana, decenas de personas se forman frente al Carolino, muchas desde la madrugada. Algunos vienen de municipios lejanos de Puebla; otros, desde Veracruz, Oaxaca, Ciudad de México o Pachuca. “Yo llegué ayer a la 1 de la tarde, pero ya no alcancé turno. Tuve que hospedarme cerca para volver a formarme hoy temprano”, relata una mujer que viajó con su esposo para ser atendidos.

En la acera, algunos incluso duermen sobre cartones. La esperanza los mantiene despiertos. Buscan alivio sin receta médica, sin clínicas ni trámites. Solo el toque. Solo Gabriel.

Gabriel no planea regresar a Rumanía. “Allá no encontré lo que aquí sí: un espacio para sanar”. Su padre y su hermana aún viven allá. Pero él siente que Puebla le dio algo más que refugio. Le dio un propósito.