Han pasado apenas cuatro meses desde el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y los signos de un giro estructural —no coyuntural— son evidentes. Más que un segundo mandato, lo que se vive es la consolidación de una nueva era trumpista, caracterizada por dos ejes convergentes: la erosión institucional interna y una visión imperial desfasada del orden global.
InfoStockMx, Washington, Ginebra, Nueva Delhi — Expliquemos: Lo que antes generaba indignación hoy solo provoca desdén o desconexión. Desde que Trump retomó el poder en febrero de 2025, su gobierno ha emitido más de 80 órdenes ejecutivas, ha militarizado la frontera sur, ha desmantelado controles ambientales y ha reactivado su retórica persecutoria contra migrantes, jueces y periodistas. Pero lo más alarmante no es la acción del presidente, sino la reacción del país:
Estados Unidos ya no reacciona con sorpresa. La indignación se volvió un recurso esporádico, mientras la ciudadanía asiste a una sucesión de abusos transformados en paisaje. La frase que recorre universidades, redacciones y foros judiciales es simple: “La excepción se ha vuelto regla”.
La clave para entender esta nueva fase no es legal ni doctrinal, sino performativa. Cada gesto de Trump forma parte de una escenografía cuidadosamente diseñada para provocar, dividir y consolidar una base radicalizada.
En este contexto, el Estado de derecho es apenas un telón de fondo. Cortes, agencias y funcionarios actúan bajo coacción o autocensura. Como advirtió Cass Sunstein, exasesor legal de Obama, “el segundo mandato de Trump no será legalista, será escénico: un reality show de poder personal”.
Ginebra 2025: el espejismo de un nuevo orden
En política exterior, Trump intenta proyectar fuerza, pero su margen de maniobra es menor al que aparenta. El 10 de mayo se firmó en Ginebra un acuerdo transaccional con China que suspendió temporalmente la guerra arancelaria desatada desde febrero. No fue una victoria diplomática de la Casa Blanca, sino una maniobra técnica liderada por:
- Scott Bessent, secretario del Tesoro.
- Jamieson Greer, representante comercial.
- He Lifeng, viceprimer ministro chino.
Trump no participó directamente. Xi Jinping se negó a dialogar con él, delegando el proceso a funcionarios de segundo nivel. El mensaje fue claro: el trumpismo no es un interlocutor legítimo para la estabilidad global.
Días después, el discurso geopolítico de Trump postula un mundo donde tres potencias —Estados Unidos, China y Rusia— se reparten zonas de influencia como si estuviéramos en 1945. Esta idea, sin embargo, ignora a Europa y la autonomía creciente de potencias intermedias. Algunas de ellas:
- India, con su doctrina de autonomía estratégica, rechaza el alineamiento automático.
- Turquía juega su propio ajedrez entre la OTAN, Moscú y Pekín.
- Arabia Saudita se acerca a China sin abandonar su influencia en Washington.
- Brasil, Indonesia y Nigeria exigen voz propia en el Sur Global.
Trump proyecta un orden que ya no existe. Y lo hace no para reorganizar el mundo, sino para alimentar la narrativa de grandeza ante su base electoral.
¿Un nuevo orden, o una nueva simulación?
Ambos frentes —interno y externo— apuntan a la misma lógica: la política como espectáculo, la fuerza como lenguaje, el caos como estrategia. La nueva era Trump no es una fase más del péndulo democrático estadounidense, sino una amenaza estructural al equilibrio institucional global.
La tregua de Ginebra es solo un síntoma: un recordatorio de que, pese a las bravatas, Trump no puede construir coaliciones ni gobernar el sistema que heredó. Solo puede dinamitarlo para mantener el aplauso en casa.
En conjunto, ya existe suficiente evidencia política para sostener una hipótesis inquietante: el trumpismo no devolverá la grandeza al pueblo estadounidense, ni transformará el mundo. Solo distorsiona, y en esa distorsión debilita todo lo que toca. Si el rumbo actual persiste, Donald Trump no solo incumplirá las promesa hechas el 20 de enero de 2025, sino que enfrentará a los estadounidenses a retos aún más graves que los que llevaron a elegirlo: un aislamiento internacional sin precedentes, una erosión democrática e institucional difícil de revertir, y una polarización interna que puede derivar en violencia. Aquello que se vende como "Make America Great Again" podría traducirse, en los hechos, en una era de deterioro acelerado —tanto dentro como más allá de sus fronteras.
Este no es un texto partidista ni ideológico. Es un análisis periodístico basado en hechos verificables, decisiones ejecutivas, dinámicas internacionales y señales de deterioro institucional. La intención no es adherirse a una postura política, sino advertir sobre un curso de acción que, de mantenerse, podría conducir a consecuencias profundas y duraderas para Estados Unidos y para el equilibrio global.
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