La llamada telefónica que sostuvieron el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente estadounidense, Donald Trump, este jueves, a petición expresa de este último, evidencia la fragilidad de la relación comercial entre ambas potencias y el delicado equilibrio geopolítico en el siglo XXI.

BEIJING/WASHINGTON, (Región Global) — Según Xinhua, la conversación fue solicitada por Trump, un detalle que adquiere una enorme carga simbólica: el presidente estadounidense se vio obligado a recurrir a su homólogo chino en un contexto de crecientes tensiones por la exportación de minerales de tierras raras, esenciales para industrias clave como la automotriz, la tecnología de defensa y la fabricación de dispositivos electrónicos.

Los medios norteamericanos describieron la llamada como “muy positiva” y destacaron que ambos líderes acordaron retomar las negociaciones comerciales para destrabar el conflicto arancelario y garantizar el suministro de estos minerales estratégicos. Trump, en su red Truth Social, aseguró que la conversación había sido “excelente”, duró hora y media y giró en torno a la relación comercial, con énfasis en la resolución de problemas relacionados con las exportaciones de tierras raras, que China había suspendido recientemente.

El tono optimista de Trump contrastó con el trasfondo de dependencia estratégica que exhibe Estados Unidos en el tablero geoeconómico: China controla más del 70% del refinado de tierras raras a nivel mundial, lo que otorga a Pekín una carta de presión determinante. A pesar de su retórica de victoria, la necesidad de Trump de solicitar la llamada dejó al descubierto una posición de vulnerabilidad frente a un Xi Jinping que juega con la paciencia del Go y no con la inmediatez del ajedrez occidental.

De acuerdo con el comunicado oficial chino, Xi Jinping hizo un llamado a una “mayor cooperación y respeto mutuo” entre ambos países. Los comentarios, presentados con cortesía diplomática, reforzaron la imagen de un líder confiado y dueño del proceso, mientras que Washington aparecía como suplicante en busca de acuerdos inmediatos para calmar la presión de las cadenas de suministro y el descontento interno por la política arancelaria de Trump.

En paralelo, el Ministerio de Comercio chino no tardó en elevar el tono. En un mensaje inequívoco, instó a Estados Unidos a “abandonar el uso generalizado y excesivo del concepto de seguridad nacional” y a colaborar en la defensa de un sistema multilateral de comercio basado en reglas. La vocera, He Yongqian, denunció que las acciones arancelarias de Estados Unidos no solo perjudican a China, sino que alteran la estabilidad de las cadenas industriales y de suministro globales, con efectos directos sobre las propias empresas y consumidores estadounidenses.

China, además, reiteró su postura de firme rechazo a los aranceles de la Sección 301 de Estados Unidos y acusó a Washington de violar los consensos alcanzados en las negociaciones económicas y comerciales celebradas en Ginebra el mes pasado. Pekín advirtió que, de persistir en su actitud hostil, adoptará “medidas resueltas y efectivas” para defender sus intereses legítimos.

La llamada telefónica, más que un simple intercambio diplomático, evidenció la pugna silenciosa pero decisiva por el control de las cadenas de suministro y la supremacía tecnológica. Como en un tablero de Go, China juega con paciencia y control de espacios estratégicos, mientras Estados Unidos reacciona con impulsos tácticos y necesidades inmediatas.

En este nuevo episodio de la confrontación geoeconómica, Xi Jinping consolida su posición como líder de un país que avanza con una visión de largo plazo, mientras que Donald Trump lidia con los efectos de una política arancelaria que lo obliga, paradójicamente, a buscar el favor de quien pretende contener.

El tablero está puesto: el Go de Xi y el ajedrez de Trump. Una partida que define el pulso geopolítico del siglo XXI.