Con sólo una orden presidencial, Estados Unidos ha cruzado el umbral de la guerra abierta en Medio Oriente. A las 2:30 de la madrugada del domingo, hora local en Irán, una flotilla de bombarderos B-2 y misiles de crucero lanzados desde submarinos estadounidenses atacaron con precisión quirúrgica tres de los centros nucleares más sensibles de la República Islámica: Fordo, Natanz e Isfahán.

Washington / Teherán / Jerusalén — La ofensiva, planeada en estrecha colaboración con Israel, representa la escalada más drástica en décadas de tensión entre Washington y Teherán, y marca un punto de no retorno en un conflicto que ahora amenaza con expandirse a nivel regional.

Este giro en la política exterior estadounidense marca una ruptura con las promesas que el presidente Donald J. Trump había reiterado previamente: evitar nuevas guerras. Hasta hace una semana, la Casa Blanca enviaba señales contradictorias sobre la posibilidad de una intervención. Pero este sábado, Trump anunció con orgullo el éxito del ataque. “Hemos completado con gran éxito nuestro ataque... Ahora es la hora de la paz”, declaró. Felicitó al ejército y reafirmó que la acción buscaba detener el programa nuclear iraní, que calificó como una amenaza directa tanto para Israel como para Estados Unidos.

Según fuentes del Pentágono, la operación militar combinó precisión tecnológica y despliegue masivo. Seis bombarderos B-2 lanzaron una docena de bombas antibúnker de 30,000 libras sobre Fordo y Natanz, mientras submarinos estadounidenses dispararon 30 misiles de crucero Tomahawk contra Natanz e Isfahán. Uno de los bombarderos también ejecutó una segunda descarga sobre Natanz. Imágenes térmicas captadas por la NASA detectaron eventos de calor significativos en Fordo minutos antes del anuncio presidencial, lo que refuerza la veracidad de la operación.

La acción se enmarca en una colaboración estrecha con Israel, que desde el 13 de junio había comenzado ataques contra infraestructura y líderes militares iraníes. El primer ministro Benjamin Netanyahu celebró públicamente la decisión de Trump, afirmando que “ha hecho lo que ningún otro país en el mundo podría haber hecho” y que “ha negado a Irán el acceso a las armas más peligrosas”. La coordinación entre ambas naciones no solo fue táctica, sino estratégica: la ofensiva estadounidense respondió a un llamado israelí que había advertido sobre una inminente “catástrofe nuclear”.

Desde Teherán, la respuesta fue inmediata. La República Islámica confirmó los ataques y los calificó de violación flagrante al derecho internacional. La Organización de Energía Atómica de Irán prometió continuar con su programa nuclear y anunció acciones legales ante organismos internacionales. Si bien Irán no ha ejecutado una represalia directa, el riesgo es elevado. Diversos analistas advierten que Teherán podría atacar intereses estadounidenses en Irak o Siria, sabotear el tráfico marítimo en el estrecho de Ormuz, o incluso acelerar en secreto el desarrollo de su programa nuclear, si aún conserva capacidad técnica tras los bombardeos.

El impacto político fue inmediato. La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, del ala progresista del Partido Demócrata, solicitó el inicio de un juicio político contra el presidente Trump, calificando el ataque como “impulsivo y desastroso”. La crítica no es menor: plantea que la acción militar podría arrastrar a Estados Unidos a un conflicto de largo aliento, con consecuencias imprevisibles. Paralelamente, el Departamento de Estado activó un operativo de evacuación de ciudadanos estadounidenses desde Israel y Cisjordania mediante vuelos comerciales, vuelos charter y embarcaciones.

El conflicto ya tiene repercusiones económicas. Analistas del mercado energético, anticipan un alza inmediata en los precios del petróleo una vez que abran los mercados. A largo plazo, el impacto dependerá de la capacidad de Irán para mantener sus exportaciones y de la seguridad del tránsito marítimo en el Golfo Pérsico. Pero el precio económico no será el único. Con aliados iraníes activos en Líbano, Siria, Yemen e Irak, el riesgo de que el conflicto se convierta en una guerra por delegación regional es cada vez mayor.

Las posibilidades de retomar las negociaciones multilaterales sobre el programa nuclear iraní han quedado prácticamente anuladas. Trump ha advertido que si Irán no opta por la paz, los próximos ataques serán “más grandes y más fáciles”. El mensaje fue claro: Estados Unidos ha entrado plenamente en la lógica de la fuerza. Lo que comenzó como un enfrentamiento indirecto entre Israel e Irán ha evolucionado hacia una crisis internacional con participación directa de la mayor potencia militar del planeta. Las consecuencias aún son incalculables.

Este no fue solo un ataque militar. Fue una decisión estratégica que coloca a Estados Unidos en el centro de una guerra abierta en Medio Oriente. La historia juzgará si se trató de una acción preventiva que evitó una catástrofe nuclear o de un error que encendió una guerra regional de largo aliento. Bajo el mando de Donald Trump, Estados Unidos ha elegido el camino del fuego. Lo que viene ahora dependerá tanto de la reacción de Irán como de la capacidad del mundo para contener el fuego.