La alianza que alguna vez catapultó a Donald Trump y Elon Musk como socios estratégicos en la redefinición del modelo económico estadounidense, colapsó estrepitosamente y terminó convertido en un cruce de insultos y amenazas que sacudieron los mercados.
WASHINGTON, D.C. — El desencadenante fue el proyecto de ley fiscal republicano, que busca reducir subsidios a los vehículos eléctricos —un golpe directo a las ventas de Tesla, la joya de la corona de Musk— y que, según la Oficina Presupuestaria del Congreso, incrementará el déficit en 2.4 billones de dólares en la próxima década.
En un primer momento, Trump justificó la iniciativa como una medida de austeridad y disciplina presupuestaria, pero en privado y luego en público, no ocultó su molestia con el empresario sudafricano. “Estoy muy decepcionado de Elon”, dijo Trump durante un encuentro con el canciller alemán Friedrich Merz en la Casa Blanca. “Lo he ayudado mucho, y mira cómo me paga”, añadió, revelando el carácter personalista de la ruptura.
Musk no tardó en responder con su estilo característico: memes, hilos de X (antes Twitter) y acusaciones que rozan el escándalo político. “¡Qué ingratitud!”, escribió, recordando que había invertido más de 250 millones de dólares para asegurar la victoria republicana en las elecciones de 2024. “Sin mí, Trump habría perdido. Los demócratas controlarían la Cámara y el Senado”, disparó, adjudicándose un rol fundamental en la arquitectura del poder republicano.
El empresario no solo negó que la eliminación de los subsidios fuera su verdadera motivación. Desde su red social X, Musk calificó el plan fiscal como una “abominación repugnante” y acusó a Trump de mentir sobre su supuesto involucramiento en la redacción de la ley. “¡Este proyecto de ley nunca me fue mostrado ni una sola vez!”, denunció, dejando en evidencia las grietas internas en la elaboración de una de las reformas fiscales más controvertidas de la era Trump.
El impacto en los mercados fue inmediato. Las acciones de Tesla se desplomaron hasta un 18%, la mayor caída intradía desde septiembre de 2020, borrando más de 180 mil millones de dólares en valor de mercado. Analistas de JPMorgan advirtieron que el fin anticipado de los créditos fiscales para vehículos eléctricos —previsto para 2025 en el proyecto de ley— podría costar a Tesla mil 200 millones de dólares anuales en ganancias.
La crisis desató una reacción sin precedentes por parte del mandatario republicano. Desde Truth Social, su red social, Trump acusó a Musk de “perder el control” y anunció su intención de retirar subsidios y contratos federales a las empresas del magnate. “La manera más fácil de ahorrar miles de millones de dólares es cancelar los subsidios y contratos gubernamentales de Elon. ¡Siempre me sorprendió que Biden no lo hiciera!”, publicó, aludiendo al lucrativo contrato de 5,900 millones de dólares que SpaceX firmó con la Fuerza Espacial para lanzamientos de satélites.
Pero bajo un contexto de polarización y déficit creciente, la medida amenaza con desestabilizar no solo a Musk, sino también a todo el ecosistema tecnológico y aeroespacial de Estados Unidos. ¿Se atreverá Trump?
La relación Trump-Musk fue en sus orígenes una alianza transaccional: Musk, convertido en asesor estrella, encontró en Trump un respaldo para sus planes de expansión, desde la transición energética hasta la colonización espacial. Trump, por su parte, se sirvió de la reputación del hombre más rico del mundo para legitimarse como el presidente de la innovación y el progreso.
Sin embargo, la fragilidad de ese pacto ha quedado al desnudo con la discusión fiscal y las acusaciones mutuas. En cuestión de horas, la grieta se convirtió en abismo. Musk, que alguna vez celebró a Trump como el artífice del “renacimiento económico” de Estados Unidos, lo acusó ahora de mentiroso y autoritario. Trump, que lo llamaba “genio visionario”, lo redujo a un empresario “desagradecido” al que hay que castigar.
El choque va mucho más allá de los dos egos. El plan fiscal republicano —defendido por Trump como la “gran y hermosa ley”— busca recortar subsidios a los vehículos eléctricos para “ahorrar dinero” mientras simultáneamente incluye otros beneficios tributarios para sectores estratégicos y para las élites políticas que lo redactaron en la madrugada, sin debate público.
Musk, por su parte, se presenta como el paladín del capitalismo productivo, aunque su fortuna depende, en buena parte, de esos mismos subsidios y contratos públicos que ahora podrían ser eliminados por decisión presidencial.
En el fondo, el pleito entre Musk y Trump evidencia la incapacidad de Estados Unidos para sostener consensos estables sobre su política fiscal, la transición energética y la modernización del Estado. Y todo esto puede colapsar por la lucha de dos titanes, con acusaciones mutuas y un desplome bursátil como telón de fondo, que confirma la fragilidad de las alianzas político-empresariales en un país donde el déficit fiscal y la polarización definen la agenda.
Es decir, la grieta Trump-Musk no es solo un pleito entre dos multimillonarios: es el espejo de un sistema político atrapado en la lucha de personalismos y en la fragilidad de un modelo económico que depende del subsidio estatal y de la lealtad personal.
Mientras tanto, Tesla y SpaceX pagan la factura en la Bolsa, y el contribuyente estadounidense observa, una vez más, cómo las guerras de poder entre las élites se libran con sus impuestos…, y su futuro.
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