
Las cifras económicas del INEGI para 2024 y el más reciente Informe de Estabilidad Financiera del Banco de México coinciden en una lectura inquietante: detrás del aparente equilibrio macroeconómico, México ha sido capturado por una visión estatista que no solo limita su crecimiento, sino que compromete su viabilidad económica de largo plazo.
No se trata de un falso dilema entre Estado y mercado. Se trata de evidencia estructural. Como lo confirman los datos más recientes, el Estado mexicano controla el 41.4% del valor neto de activos financieros del país, mientras que los hogares apenas poseen el 34.9%. Esta concentración refleja un patrón de intervención estatal creciente que ha convertido al aparato público en un acaparador de recursos privados sin capacidad de transformarlos en bienestar.
La paradoja del estatismo mexicano actual es clara: acumula riqueza financiera pero no la convierte en desarrollo económico. Con un ahorro bruto negativo de -0.9% del PIB y una inversión pública de apenas 1.3%, el Gobierno se comporta como un rentista improductivo. En palabras del propio Banxico, esta situación refleja un desequilibrio en la asignación intertemporal de recursos que compromete la inversión futura.
Esta dinámica altera los incentivos fundamentales de la economía. Mientras el Estado concentra activos sin transformarlos en infraestructura o capital productivo, el sector privado enfrenta un entorno de alta competencia por recursos escasos. Es lo que el informe de Banxico describe como presión estructural sobre los mercados financieros, donde la demanda gubernamental de financiamiento desplaza al sector productivo. (Para economistas) El efecto crowding out ya no es teórico: es una realidad latente.
Los datos institucionales lo confirman. Las sociedades no financieras generan el 42.6% del PIB, pero enfrentan un déficit por renta de la propiedad de -21.7%. En términos simples: las empresas mexicanas trabajan para generar valor que se transfiere al exterior vía utilidades y dividendos, mientras el Estado captura el ahorro doméstico sin capacidad de reinversión.
Esta situación multiplica sus efectos negativos. La inversión, como lo advierte Banxico, está por debajo del umbral necesario para sostener el crecimiento. El ahorro interno se estanca, el capital extranjero no reinvierte, y las familias mexicanas se ven obligadas a financiar su consumo con remesas (3.7% del PIB) y crédito caro. En este escenario, la migración se ha convertido en la válvula de escape del estatismo, pero también en una trampa sin movilidad social real que cada día corre más peligro.
El modelo “humanista” que defiende el gobierno actual —y que en realidad es un estatismo ineficiente— tiene consecuencias más profundas que las económicas. El Excedente Bruto de Operación representa el 39.6% del PIB, mientras que las remuneraciones laborales apenas alcanzan el 31.8%. Esta brecha distributiva revela que el estatismo no redistribuye a favor de los trabajadores, sino que perpetúa una estructura de concentración que favorece al capital y a la burocracia pública.
En ese sentido, el modelo se vuelve regresivo: los programas sociales no corrigen las desigualdades estructurales; apenas las maquillan. Y como lo documenta Banxico, los hogares enfrentan un acceso desigual y decreciente al crédito, presionados por las tasas elevadas que resultan, entre otros factores, de la creciente demanda de financiamiento del sector público.
El daño no es solo interno. El Informe de Estabilidad Financiera señala con claridad los riesgos externos. México mantiene un déficit de ahorro externo de -2.6% del PIB, resultado directo de un Estado que absorbe el ahorro nacional pero no genera la inversión suficiente para cubrir sus brechas. Así, la economía mexicana se vuelve estructuralmente dependiente de Estados Unidos: por financiamiento, por remesas, por empleo exportado y por estabilidad macro.
En otras palabras, el estatismo mexicano no ha producido soberanía económica: ha producido una forma sofisticada de subordinación. Mientras el capital extranjero repatria utilidades y las remesas sostienen artificialmente la balanza externa, el Estado pierde control sobre los verdaderos flujos de valor.
Con una inversión bruta total de apenas 19.0% del PIB, como registra el mismo Banxico, México está condenado al estancamiento. La teoría económica es clara: sin inversión, no hay productividad; sin productividad, no hay crecimiento sostenible; sin crecimiento, no hay desarrollo.
El problema de México, entonces, no es técnico; es político, es ideológico. El estatismo mexicano parte de la premisa —ya refutada por los datos— de que el Estado puede ser más eficiente que el mercado en la asignación de recursos. El Banco de México, sin necesidad de adoptar una posición política, documenta una y otra vez el mismo patrón: el Estado es eficaz para concentrar recursos, pero ineficaz para transformarlos en bienestar.
¿Por qué la dupla Claudia-AMLO insisten en no verlo? Es una pregunta abierta. Lo que es claro es que los efectos ya se sienten. Mientras el Gobierno mantiene una necesidad de financiamiento de -2.4% del PIB y compite con el sector privado por los mismos fondos, las tasas de interés reales se mantienen elevadas y la economía se desacelera. No es casual que México crezca sistemáticamente por debajo de su potencial.
Este bajo crecimiento es apenas el síntoma más visible de un fenómeno más profundo. La captura estatista de la economía mexicana está generando riesgos sistémicos que el propio Banxico identifica como amenazas para la estabilidad financiera. Al menos cuatro destacan:
- Riesgo de sostenibilidad fiscal: Un Estado con ahorro negativo y baja inversión no puede sostener su nivel de gasto sin poner en riesgo su solvencia.
- Riesgo de dependencia externa: Una economía que necesita remesas y financiamiento extranjero para cerrar sus brechas es vulnerable a choques globales.
- Riesgo de desindustrialización: Si el capital extranjero no reinvierte y el Estado no invierte, el tejido productivo se erosiona.
- Riesgo social: Sin empleos de calidad ni movilidad social, aumentan la informalidad y la inestabilidad política.
El momento de la verdad
Las Cuentas por Sectores Institucionales del INEGI y el más reciente Informe de Estabilidad Financiera de Banxico no son simples estadísticas. Son el diagnóstico de una economía atrapada por su propio Estado. México no necesita más concentración gubernamental, necesita liberar las fuerzas productivas que hoy se ven reprimidas por el diseño institucional del estatismo de la "Cuarta Transformación".
¿Por qué México no se atreve a reformar su modelo económico? Los datos ya lo gritan: el estatismo no es la solución al estancamiento, es su principal causa. La captura estatista no es solo un error de política económica: es una trampa histórica que debe desactivarse antes de que sea demasiado tarde.
Este texto no responde a ideologías ni posturas partidistas. Su diagnóstico se basa en la evidencia empírica, en principios de la ciencia económica y en fuentes oficiales como el Informe de Estabilidad Financiera del Banco de México (junio 2025) y las Cuentas por Sectores Institucionales del INEGI (2024).
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