Un día después de los bombardeos más intensos de la guerra, Rusia y Ucrania se reunieron en la costa europea del Bósforo para intentar, sin éxito, encontrar una salida negociada al conflicto. La imagen fue simbólica: las partes se sentaron en un hotel de cinco estrellas mientras, a cientos de kilómetros, el ejército ruso abría un nuevo frente en el norte de Ucrania y descargaba un aluvión de drones y misiles que sacudió la moral ucraniana y la seguridad europea.

InfoStockMx ESTAMBUL.—Las negociaciones de paz comenzaron con expectativas mínimas y terminaron en menos de dos horas, sin resultados tangibles. Moscú y Kiev exhibieron posiciones atrincheradas, cada uno confiado en sus propias narrativas y estrategias militares. El diálogo directo, reanudado hace apenas dos semanas, se mostró incapaz de superar las diferencias políticas y estratégicas que alimentan el conflicto.

En el trasfondo, una figura de peso ejerce su propia presión: el presidente Trump. Desde Washington, su enfoque de palo y zanahoria —alternando elogios y reproches— ha dejado a ambos países atrapados en un juego geopolítico donde la desconfianza mutua se multiplica. Ni Moscú ni Kiev parecen dispuestos a aceptar condiciones dictadas desde una Casa Blanca cada vez más errática y menos comprometida con la seguridad europea.

Mientras tanto, la guerra en el campo de batalla se intensifica. Rusia ha lanzado una ofensiva de gran envergadura en la región de Sumy, al norte de Ucrania, y ha bombardeado ciudades ucranianas con la mayor descarga de drones y misiles desde que comenzó el conflicto. Más de 500 drones y señuelos lanzados el domingo marcan un salto cualitativo en la estrategia rusa: saturar las defensas ucranianas y demostrar su capacidad de golpear con intensidad.

Ucrania, sin embargo, ha aprendido a sobrevivir y adaptarse. Sus drones de ataque han perforado la retaguardia rusa en un ataque coordinado contra bases aéreas, demostrando que Kiev ha dejado atrás el papel de víctima para transformarse en un actor capaz de devolver los golpes en el corazón mismo de su agresor.

La sensación de una guerra interminable se agrava ante el anuncio del primer ministro británico, Keir Starmer, de una ambiciosa revisión estratégica de defensa: hasta 12 nuevos submarinos de ataque, inversión en armamento nuclear y producción masiva de drones y municiones. “La amenaza que enfrentamos ahora es más grave, más inmediata y más impredecible que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría”, advirtió Starmer en Glasgow, subrayando la “agresión rusa” y la “retirada estadounidense de Europa”.

El rearme británico es una señal clara de que Occidente se prepara para un conflicto prolongado. La confianza en el paraguas estadounidense, debilitada por las posturas ambiguas de Trump y sus gestos hacia Putin, ha dejado a Europa en la necesidad de buscar su propia disuasión nuclear y convencionales. La revisión británica, dirigida por el ex secretario general de la OTAN George Robertson, refleja un diagnóstico compartido por muchos: la era de la estabilidad post-Guerra Fría ha terminado.

En este tablero, Rusia y Ucrania se convierten en piezas de un juego geopolítico mayor, donde cada movimiento militar y cada mesa de negociación son a la vez un teatro de operaciones y una vitrina de mensajes para aliados y adversarios. Las expectativas de paz se diluyen entre las bombas y los drones, mientras Londres afina su disuasión nuclear y Washington proyecta su sombra de incertidumbre sobre el conflicto europeo.

En el fondo, la pregunta que desvela a diplomáticos y analistas es si el conflicto entre Rusia y Ucrania seguirá siendo un conflicto regional o si, como advierte Starmer, estamos ante el umbral de una confrontación global. Por ahora, la diplomacia se muestra impotente y la guerra —con su maquinaria de destrucción y su propaganda— parece tener la última palabra.