Claudia Sheinbaum tomó una decisión que define perfectamente a su gobierno: en lugar de “atender las causas” de la inconformidad de la Generación Z, mandó investigar las cuentas de redes sociales de quienes expresan indignación con un sistema político que no los representa. En vez de gobernar, decidió hostigar.


Editorial

Queda claro que este gobierno no quiere a los jóvenes que se organizan en redes sociales y los tolera incluso menos que a los criminales que asesinan alcaldes en plena calle.

La marcha del 15 de noviembre, convocada por la Generación Z en más de treinta ciudades de México, no nació de una conspiración de Claudio X. González ni de una operación de la CIA o de “la derecha internacional”. Nació de Uruapan. Nació del hartazgo acumulado. Nació de ver cómo en este país se asesina y el gobierno responde investigando a quienes se atreven a decir que eso no es normal. Y lo más grave: nació porque millones de jóvenes mexicanos han entendido que este sistema político no tiene intención de protegerlos, escucharlos, ni representarlos.

Sheinbaum dice que respeta el derecho a manifestarse. Miente. Lo que respeta es el derecho a manifestarse siempre y cuando no se critique a su gobierno. Porque apenas la ciudadanía osa expresar descontento, aparece Miguel Elorza con su “investigación muy profunda” —sin una sola prueba técnica sólida—, acusando que todo es obra de “la oposición”, de “cuentas operadas desde el extranjero”, de “empresarios de derecha”, de la Marea Rosa, del PRI, del PAN, de Vicente Fox, de Lilly Téllez, de Javier Negre, de medio mundo… menos de quienes realmente importan: los jóvenes mexicanos.

Es el manual clásico del autoritarismo: cuando no pueden responder a las demandas, deslegitiman a quien las hace. Cuando no tienen argumentos, inventan conspiraciones. Cuando la realidad los rebasa, fabrican enemigos externos. AMLO lo hizo durante seis años. Sheinbaum lo heredó intacto.

Pero la cosa no se queda en la retórica. Este gobierno, que se llena la boca hablando de libertad de expresión, ha desatado una campaña de hostigamiento sistemático contra cualquier voz crítica. Los hechos hablan por sí solos:

Y ahora vienen por los jóvenes: por quienes se organizan en TikTok, por quienes comparten memes críticos, por quienes se atreven a convocar una marcha sin pedir permiso a MORENA. El mensaje es claro: si te manifiestas, te investigaremos; si criticas, te hostigaremos; si te organizas, te criminalizaremos.

Los Padres de la Generación Z

Pero hay algo que este gobierno no ha calculado. Algo que ningún manual de contrainsurgencia contempla: los padres de la Generación Z están del lado de sus hijos. Y una calumnia contra ellos, una descalificación o una amenaza de represión no se toma a la ligera cuando se trata de jóvenes de bien, de trabajo, de estudio; de jóvenes que no han hecho otra cosa que intentar construir un futuro en un país que se los niega sistemáticamente.

Sheinbaum puede fabricar todas las teorías conspirativas que quiera. Puede acusar a la derecha, a los empresarios, a los extranjeros. Puede montar operativos de inteligencia para rastrear cuentas de X. Puede cerrar calles, colocar vallas metálicas y desplegar miles de policías. Pero no puede cambiar una realidad fundamental: hay millones de familias mexicanas hartas de la violencia, la extorsión, la corrupción, la impunidad y la mentira. Y esas familias no son bots ni cuentas operadas desde Miami.

Cuando un gobierno acusa a los jóvenes de ser marionetas de intereses oscuros, insulta también a sus padres. Les dice que son incapaces de formar ciudadanos críticos. Que sus hijos son tontos útiles de conspiraciones internacionales. Que su indignación no es genuina, sino manufacturada. Es una ofensa imperdonable.

Y los padres mexicanos tienen memoria. Recuerdan Tlatelolco, cuando el gobierno también dijo que los estudiantes eran manipulados por extranjeros. Recuerdan Ayotzinapa, cuando se intentó hacer creer que los 43 normalistas habían desaparecido por culpa del crimen organizado y no por la colusión entre criminales y Estado. Recuerdan cada vez que el poder ha mentido para encubrir su incompetencia, su complicidad y su brutalidad.

El 15 de noviembre será revelador. No porque vaya a cambiar México de la noche a la mañana, sino porque mostrará de qué está hecha esta administración. Si hay represión o infiltrados; gases, toletes o detenciones, quedará claro que México tiene un gobierno que gobierna con miedo y para el miedo. Si hay hostigamiento posterior —persecución de convocantes, fabricación de delitos, listas negras—, quedará claro que la Cuarta Transformación es apenas un cambio de logotipo sobre las mismas prácticas autoritarias de siempre.

Este gobierno está cometiendo un error estratégico catastrófico. Está convirtiendo una movilización juvenil en una causa generacional. Está uniendo a padres e hijos en un frente común. Está legitimando internacionalmente a un movimiento que podría haber quedado como protesta local. Y, sobre todo, está confirmando exactamente lo que los jóvenes denuncian: que el sistema político mexicano es autoritario, corrupto e impermeable al cambio.

Mañana, 15 de noviembre, cuando miles de jóvenes salgan a las calles de Acapulco, Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Puebla, Culiacán, Ciudad Juárez, Mérida y decenas de ciudades más, no estarán solos. Estarán sus padres a su lado —o esperándolos en casa—, porque en este país el poder no se conmueve con súplicas, sino con presión. Estarán con millones de mexicanos hartos de la violencia, la impunidad y la mentira institucionalizada. Estarán con la historia, porque los movimientos juveniles que cambiaron México siempre fueron descalificados, hostigados y reprimidos por gobiernos que terminaron del lado equivocado de esa historia.

Sheinbaum puede seguir fabricando conspiraciones. Puede seguir acusando a la oposición, a los empresarios, a los extranjeros. Puede seguir investigando cuentas de redes sociales. Puede seguir fingiendo que respeta la libertad de expresión mientras la asfixia sistemáticamente.

Pero no podrá detener lo que viene. Porque cuando un gobierno le declara la guerra a sus jóvenes, ya perdió. Solo le falta darse cuenta.

Apoyo total a la Generación Z, sin ambigüedades. Porque esta generación, a diferencia de las anteriores, creció en un México hiperviolento, con tolerancia criminal-gubernamental, y ya no cree en promesas. Y no va a rendirse porque un gobierno asustado les diga que son títeres de la oposición.

“No están solos”. Y esta vez, los padres están con sus hijos. Y eso, para cualquier gobierno autoritario, es el principio del fin.

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