Los números no mienten, pero a veces ocultan tragedias. Detrás de las cifras del Indicador Trimestral de Actividad Económica Estatal (ITAEE) del segundo trimestre de 2025 se esconde una historia de abandono, promesas incumplidas y un campo poblano que agoniza mientras las estadísticas oficiales intentan maquillar una realidad inocultable: el sector primario de Puebla atraviesa su peor crisis en décadas, heredada por años de negligencia gubernamental y agravada por la ausencia de políticas agrícolas coherentes.

El análisis de los datos históricos revela un patrón devastador. Durante el último año de gobierno del entonces mandatario sustituto Sergio Salomón Céspedes Peregrina el campo poblano experimentó una caída libre que comenzó con un aparente repunte de 9.0% en el primer trimestre de 2024, seguido de una desaceleración progresiva: 4.4% en el segundo trimestre, 2.4% en el tercero, hasta hundirse en terreno negativo con -1.6% en el cuarto trimestre. Para cuando Alejandro Armenta Mier tomó posesión el 14 de diciembre de 2024, el sector primario ya había entrado en un declive que alcanzó su punto más crítico en el primer trimestre de 2025 con una contracción de -1.9%.

La dependencia crónica del campo mexicano de los apoyos gubernamentales —particularmente en fertilizantes, semillas mejoradas y créditos subsidiados— convierte cualquier cambio de administración en un factor de riesgo sistémico. En Puebla, estado donde la agricultura representa el sustento de más de 800,000 personas según el INEGI, la transición entre gobiernos coincidió con el colapso de programas de apoyo, retrasos en la entrega de insumos y la paralización de proyectos de infraestructura (particularmente hidráulica) en las zonas de Tehuacán, Atlixco y el altiplano poblano.

El abandono de Salomón y la herencia envenenada

Los datos son contundentes: el deterioro del sector primario poblano durante la gestión de Sergio Salomón Céspedes no fue gradual, fue acelerado. La caída de más de 10 puntos porcentuales entre el primer y cuarto trimestre de 2024 —de 9.0% a -1.6%— representa el peor desempeño anual del sector en al menos dos décadas. Productores agrícolas de la región de Chignahuapan y Zacatlán reportaron en ese período retrasos de hasta tres meses en la entrega de fertilizantes prometidos, mientras que en municipios como Tecamachalco y Tepeaca, tradicionales zonas maiceras y de hortalizas, los apoyos para maquinaria agrícola simplemente nunca llegaron.

La administración de Salomón, centrada en intereses políticos y legitimar un gobierno que nació de la muerte de Miguel Barbosa Huerta, descuidó sistemáticamente las necesidades del campo. Además, los programas de tecnificación del riego quedaron suspendidos, los subsidios al diésel agrícola se redujeron en términos reales y los seguros catastróficos para cultivos básicos no operaron. El resultado: miles de hectáreas abandonadas en todo el estado, migración acelerada de jóvenes rurales hacia las ciudades o Estados Unidos, y una producción agrícola que se contrajo justo cuando los precios internacionales de granos ofrecían una ventana de oportunidad histórica.

Pero hay algo más preocupante en las cifras que reporta el INEGI. El salto estadístico de 5.4 puntos porcentuales entre el primer trimestre de 2025 (-1.9%) y el segundo (+3.5%) carece de toda lógica agroeconómica. No hubo revolución tecnológica en el campo poblano, no se introdujeron variedades milagrosas de cultivos, no se expandió súbitamente la frontera agrícola. Los ciclos de cosecha primavera-verano no justifican semejante rebote. Lo que sugieren estos números es una de dos cosas: o bien el INEGI está revisando su metodología sin transparentar los cambios, o bien existe presión política para presentar cifras menos desastrosas de cara a las evaluaciones del gobierno de Claudia Sheinbaum, en el ámbito federal y de Alejandro Armenta, en el contexto estatal.

Riesgos que nadie quiere ver

De primera intención parece que el gobernador Armenta con sus modulos de maquinaria agrícola atiende una parte el abandono previo. Pero más allá de las administraciones y sus fracasos, el sector primario de Puebla enfrenta debilidades que ningún gobernante ha tenido la voluntad de enfrentar. La fragmentación extrema de la propiedad agrícola —con un promedio de 3.2 hectáreas por unidad de producción según el último Censo Agropecuario— impide economías de escala y condena a los productores a la subsistencia. La infraestructura de riego cubre apenas el 23% de la superficie cultivable estatal y está en franca reducción, dejando al 77% restante a merced de lluvias cada vez más erráticas debido al cambio climático.

La dependencia de cultivos tradicionales de bajo valor agregado —maíz, frijol, calabaza— mantiene a los agricultores poblanos en un círculo vicioso de pobreza. Los intentos por diversificar hacia productos de exportación como berries, aguacate orgánico o amaranto han fracasado por falta de asistencia técnica, certificaciones sanitarias y acceso a cadenas de comercialización internacionales realmente eficientes. Mientras estados como Michoacán, Jalisco o Sinaloa (a pesar de los pesares) han transformado su agricultura en industrias modernas y rentables, Puebla permanece anclada en prácticas del siglo pasado.

El cambio climático agrega otra capa de vulnerabilidad. Las heladas tardías que en abril de 2024 devastaron cultivos en Tlachichuca y Calpan, las sequías prolongadas en la Mixteca Poblana, y las lluvias torrenciales que en septiembre inundaron parcelas en Libres y Oriental son manifestaciones de un patrón climático cada vez más volátil. Sin sistemas de alerta temprana, seguros agrícolas robustos y programas de adaptación climática, cada temporada agrícola se convierte en una apuesta.

La volatilidad extrema observada en los datos del sector primario —oscilando entre crecimientos de 9% y contracciones cercanas a -2% en apenas cuatro trimestres— no es señal de dinamismo sino de fragilidad. Un sector económico sano muestra estabilidad y crecimiento sostenido; uno enfermo, como el campo poblano, exhibe precisamente este tipo de convulsiones estadísticas que reflejan shocks de oferta no resueltos, políticas públicas erráticas y una base productiva demasiado débil para absorber perturbaciones.

El gobierno de Alejandro Armenta, que heredó este desastre en diciembre de 2024, tiene ahora la responsabilidad de revertir décadas de negligencia. Pero los primeros seis meses de su administración no ofrecen señales claras de un cambio de rumbo. El presupuesto estatal para desarrollo rural 2025 creció apenas 2.3% en términos nominales —una reducción en términos reales considerando la inflación— y los programas emblemáticos anunciados durante la campaña (marca "5 de Mayo") permanecen en fase de "diseño/prueba" sin ejecución concreta.

Mientras tanto, en los campos de Puebla, los agricultores continúan sembrando con la esperanza de que esta vez sí lleguen los apoyos, de que esta vez sí llueva a tiempo, de que esta vez sí los precios sean justos. Pero los números del ITAEE, más allá de sus inconsistencias metodológicas y posibles manipulaciones, cuentan una historia más cruda: el campo poblano está en cuidados intensivos, y nadie parece dispuesto a aplicar el tratamiento de choque que necesita para sobrevivir.

Las cifras oficiales del segundo trimestre de 2025 sitúan al sector primario de Puebla en el lugar 17 de 32 entidades federativas en términos de crecimiento, una posición mediocre que oculta el hecho de que mientras otros estados avanzan hacia la agricultura del siglo XXI, Puebla retrocede hacia la del XIX.

Evolución del Sector Primario en Puebla: Una Trayectoria de Crisis

⚠️ Nota Metodológica: El salto de 5.4 puntos porcentuales entre 2025-I y 2025-II (-1.9% a +3.5%) no corresponde a ningún evento agroeconómico documentado en Puebla durante ese período. La ausencia de innovaciones tecnológicas significativas, la no expansión de superficie cultivada y la inconsistencia con los ciclos naturales de cosecha sugieren posibles revisiones metodológicas no transparentadas por el INEGI o ajustes estadísticos que requieren mayor escrutinio.


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