“No me siento cómodo construyendo un ejército de robots a menos que tenga una fuerte influencia sobre él”, declaró Elon Musk durante la teleconferencia de resultados de Tesla, encendiendo una alarma global sobre el rumbo de la inteligencia artificial y la autonomía de las máquinas.
QB-Dataverse — El magnate sudafricano, que posee alrededor del 13% de las acciones de Tesla, advirtió que abandonará la compañía si no se le concede al menos un 25% de control accionario, porcentaje que —según explicó— le garantizaría una influencia decisiva sobre el destino del proyecto más ambicioso de su carrera: la creación de un ejército de robots humanoides llamados Optimus.
En palabras del propio Musk, estos robots bípedos no son simples asistentes industriales, sino “trabajadores universales” capaces de desempeñar tareas en fábricas, hogares y entornos donde hoy operan humanos. El empresario sostiene que el futuro de Tesla “ya no está en los autos eléctricos”, sino en la robótica avanzada, que podría representar “hasta el 80% del valor total de la empresa”.
La visión de Musk plantea un horizonte inquietante: un millón de robots Optimus operando en todo el mundo para 2026. Sin embargo, la realidad actual es mucho más modesta: apenas existen unas cuantas decenas de prototipos funcionales, con problemas de fabricación y promesas todavía sin cumplir. Aun así, el discurso del fundador de SpaceX y Neuralink desató un debate profundo al insistir en la idea de un “ejército de robots” bajo su control.
El trasfondo filosófico y político de sus palabras no pasó inadvertido. La noción de un ejército automatizado evoca escenarios en los que la tecnología deja de ser herramienta y se convierte en fuerza autónoma. En ese sentido, la declaración de Musk puede interpretarse como un intento por contener aquello que él mismo teme haber desatado: una nueva era de dependencia tecnológica, en la que las máquinas ya no solo sustituyen al trabajo humano, sino que podrían actuar bajo criterios propios.
La historia recuerda que cada revolución tecnológica —de la industrial a la digital— comenzó con la promesa de libertad y terminó generando nuevas formas de control. Hoy, la revolución robótica propuesta por Musk plantea un dilema aún más radical: un planeta habitado por máquinas con razonamiento autónomo, pero subordinadas a una sola corporación.
Un filósofo británico advirtió que el peligro real no radica en que la inteligencia artificial se rebele, sino en que obedezca demasiado. Esa reflexión resuena con especial fuerza ante las palabras de Musk: su miedo no parece ser a perder poder, sino al poder mismo de lo que ha creado. Mientras los inversionistas discuten cifras, lo que está en juego podría ser mucho más que dinero: el control del futuro.
Si el mañana pertenece a los robots, la pregunta que deja abierta Musk es inquietante: ¿quién tendrá influencia sobre ellos? Tal vez el verdadero riesgo no sea el nacimiento de las máquinas, sino el poder concentrado en quien decida qué deben obedecer.

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