En Puebla, el sector construcción no solo se ha rezagado en términos económicos: también se ha convertido en un espejo de la opacidad gubernamental. Desde 2018 —año en que inició la llamada Cuarta Transformación, que prometía erradicar la corrupción—, la obra pública se ha manejado entre licitaciones restringidas, adjudicaciones directas y decisiones políticas que distorsionaron el mercado. El resultado: un sector dependiente, frágil y con una tendencia descendente que amenaza su viabilidad futura.
Mexconomy — Entre enero de 2018 y julio de 2025, el índice de producción de la construcción (base 2018=100) pasó de 91.7 a 98.2 puntos. Pero el dato es engañoso: detrás de esa aparente estabilidad hay un ciclo de desplomes y repuntes efímeros, marcado por la discrecionalidad en la asignación de contratos y la falta de transparencia en el gasto. En siete años, el estado perdió el ritmo de crecimiento que alguna vez le permitió competir con los polos industriales del país.
En 2018, el sector cerró con un nivel promedio de 99.5 puntos. Ese año marcó el fin del gobierno de José Antonio Gali Fayad y el inicio de una etapa de inestabilidad política: la breve gestión de Martha Érika Alonso (diciembre 2018) y los mandatos interinos que siguieron hasta julio de 2019. La falta de continuidad administrativa paralizó licitaciones y programas de obra pública. El impacto fue inmediato: para diciembre de 2019 el índice se había reducido a 90 puntos.
Para 2020, la pandemia del COVID-19 llevó al sector a su colapso histórico. El índice cayó hasta 44.5 puntos en mayo, es decir, una contracción de más del 50% respecto a 2019. Aunque en la segunda mitad de ese año comenzó una lenta recuperación, la base productiva ya estaba dañada: empresas cerradas, empleos perdidos y contratos cancelados. La reactivación nunca recuperó plenamente los niveles previos.
Con el arranque del gobierno de Miguel Barbosa Huerta en agosto de 2019, el gasto público en infraestructura mostró repuntes ocasionales. Sin embargo, los datos mensuales revelan un patrón cíclico: subidas breves seguidas de caídas más pronunciadas. Entre 2020 y 2022, los índices fluctuaron entre 80 y 107 puntos, sin sostener una tendencia clara. La tendencia lineal de todo el periodo es negativa.
Por ejemplo, tras alcanzar 107.6 puntos en agosto de 2022, el índice volvió a caer por debajo de 90 en enero de 2023. El problema no fue la falta de recursos, sino la ausencia de proyectos, el desvío de recursos y la dependencia casi total de las decisiones presupuestales del Ejecutivo.
Con Sergio Salomón Céspedes Peregrina, Puebla vivió una recuperación parcial. Entre junio y octubre de 2024 el índice superó los 100 puntos, alcanzando 108.8 en julio. Sin embargo, al cierre de su gestión la construcción se desplomó a pesar de la sangría histórica de recursos del erario público que vivió el fin de su administració: diciembre cerró en apenas 79.1 puntos, el nivel más bajo desde la pandemia. En otras palabras, la construcción perdió casi un cuarto de su actividad en solo dos meses. ¿Cómo explica esto el gobernador que afirmaba cerrar su gobierno sustituto con "inveriones históricas"?
La caída con Sergio Salomón, nuevamente, reveló el mismo patrón de comportamiento del gasto público que con Miguel Barbosa Huerta (discrecionalidad y opacidad). Con una débil inversión privada complementaria, la recuperación de la construcción se volvió insostenible.
El nuevo gobernador, Alejandro Armenta Mier, asumió el cargo el 14 de diciembre de 2024 con un panorama adverso. Los primeros meses de 2025 muestran un patrón errático: enero (87.1), febrero (83.5), marzo (93.2), abril (99.5) y julio (98.2). A pesar de algunos repuntes, el sector permanece en una especie de meseta baja, sin romper el umbral de crecimiento sostenido.
Siete años perdidos
La línea de tendencia del periodo 2018–2025 muestra una pendiente negativa constante. Esto significa que, pese a los altibajos, el promedio del sector ha disminuido año con año. Puebla no solo no ha recuperado su capacidad constructiva previa a 2020: corre el riesgo de caer por debajo de su nivel base.
El índice de julio de 2025 (98.2) está 2% por debajo del registrado en 2018, pero la comparación es engañosa: detrás de esa cifra hay una sucesión de picos efímeros y desplomes profundos. En términos reales, la actividad promedio de los últimos 24 meses (Serio Salomón Cëspedes Peregrina - Alejandro Armenta Mier) es inferior a la de cualquier periodo entre 2018 y 2019.
En Puebla, el sector público estatal sigue siendo el principal motor de la construcción. Esa dependencia explica la fragilidad del índice: cada cambio de gobierno redefine prioridades, proyectos y contrataciones. Mientras tanto, la inversión privada en vivienda y obra industrial permanece estancada.
Hasta ahora no se observa ninguna estrategia de inversión plurianual. Tampoco existe una política efectiva de colaboración con el sector privado. La conclusión es preocupante: el comportamiento cíclico se mantendrá. La construcción poblana ha pasado de ser un termómetro de la economía estatal a un reflejo del cortoplacismo político.
Si la tendencia continúa, Puebla podría cerrar 2025 con un nivel de actividad inferior al de 2018. No se trata solo de cifras: la caída de la construcción implica menos empleo, menor inversión local y una reducción en la capacidad del estado para impulsar infraestructura y crecimiento.
Se han perdido siete años. El índice no cae por azar: responde a una cadena de decisiones políticas discontinuas. Cada administración trae sus proyectos y rompe el ciclo de inversión productiva. Mientras la conducta gubernamental no cambie en materia de obra pública, la línea de tendencia seguirá señalando lo mismo: el sector de la construcción en Puebla va a menos y se está apagando.
Fuente: INEGI. Cálculos de Mexconomy).

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