Hay un momento en la vida de los países donde las instituciones dejan de funcionar como mediadores del conflicto social y se convierten en generadoras de ese conflicto. ¿México llegó a ese punto? El 15 de noviembre de 2025 se observará si es la fecha en que esa ruptura se vuelva evidente, irreversible y peligrosa.

CDMX — Cuando miles de jóvenes salgan a las calles de más de treinta ciudades exigiendo refundar la democracia mexicana, el Estado enfrentará una pregunta para la que no tiene respuesta: ¿qué hace un gobierno cuando una generación completa le dice que no cree en él?

No es exageración. El pliego petitorio de doce puntos que circula entre los convocantes no pide reformas; pide desmantelar el sistema político tal como existe. Exige revocación de mandato ciudadana sin control partidista, organismos autónomos que vigilen al gobierno, desmilitarización de la seguridad, reforma total del sistema de justicia y, sobre todo, que "ningún partido, gobierno ni poder esté por encima de la voluntad de la gente". Es un rechazo frontal al régimen de MORENA, pero también al sistema completo que lo hizo posible.

El gobierno de Claudia Sheinbaum tiene cuatro opciones, y ninguna es buena. Primera: reprimir. Desplegar miles de policías, usar gases lacrimógenos, hacer detenciones masivas. Es lo que hicieron Perú y Paraguay, y el resultado fue desastroso: un joven muerto en Lima, 31 detenidos en Asunción, radicalización del movimiento y legitimidad internacional para los manifestantes. Si México repite ese error —y tiene amplia experiencia en represión, desde Tlatelolco 1968 hasta Ayotzinapa 2014— escribirá el prólogo de una crisis política de dimensiones impredecibles.

Segunda opción: ignorar. Minimizar la convocatoria, esperar que no pase de un trending topic, dejar que los medios oficialistas la entierren. Es apostar a que la Generación Z no tiene capacidad real de movilización. Pero si las calles se llenan —y la escala territorial de treinta ciudades sugiere que pueden llenarse— el gobierno quedará expuesto como sordo y débil. Y eso, en un país con la fragilidad institucional de México, es una invitación a más presión.

Tercera opción: cooptar. Intentar negociar con "representantes" del movimiento, ofrecer mesas de diálogo, prometer reformas graduales. Pero el movimiento ha sido explícito: "no pertenece a ningún partido ni grupo político". No tiene líderes a los que comprar ni estructura a la que infiltrar. Es líquido, descentralizado, horizontal. La cooptación tradicional no funciona contra esto.

Cuarta opción: escuchar. Tomar en serio las demandas, abrir espacios reales de participación ciudadana, aceptar que el sistema necesita reformas profundas. Pero esto implicaría que MORENA —que controla el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial— acepte ceder poder. Y los partidos políticos, históricamente, no ceden poder por las buenas. Nunca lo han hecho.

El Punto de No Retorno

Lo que hace especialmente peligroso este momento es el contexto. México acumula más de 133,000 desaparecidos, más de 300,000 homicidios en el sexenio anterior, diez feminicidios diarios, 95% de impunidad. Es un país donde las fosas clandestinas aparecen cada semana, donde las calles de Culiacán se vacían cuando empiezan los balazos, donde las madres de Ayotzinapa llevan once años exigiendo verdad y justicia. La Generación Z creció en ese México. No conoce otro. Y está harta.

Si el 15 de noviembre logra movilización masiva, es probable que México entre en un ciclo de protestas sostenidas como el que viven otros países latinoamericanos. Si hay represión violenta, se radicalizará. Si se ignora, perderá legitimidad institucional. Y si se intenta cooptar sin cambios reales, confirmará lo que estos jóvenes ya saben: que el sistema no tiene intención de cambiar.

La clase política mexicana —esa fauna de dinosaurios que saltan de partido en partido, que gobiernan como si estuvieran en el siglo XX, que creen que los jóvenes solo sirven para likes y memes— está a punto de descubrir algo que ya aprendieron sus pares en Lima, Asunción, Nairobi y Daca: cuando la Generación Z decide moverse, los gobiernos tiemblan. Y cuando una generación completa pierde la fe en las instituciones, no hay toletes ni gases que puedan restaurar esa fe. Solo queda elegir: o se escucha, o se rompe todo. México decidirá el 15 de noviembre si quiere seguir caminando hacia el abismo o si finalmente está dispuesto a cambiar de rumbo.

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