Cada día sale más caro comer en Puebla. No es una percepción, es una realidad documentada con precisión aritmética (INEGI): en octubre de 2025, una persona necesita 2,465 pesos al mes solo para alimentarse en la zona urbana de la entidad, mientras que en las comunidades rurales el umbral de supervivencia alimentaria alcanza 1,852 pesos.

Mexconomy — Pero eso es apenas la mitad del problema. Porque comer no es suficiente: hay que pagar luz, transporte, renta, útiles escolares. Y cuando se considera todo lo indispensable, el mínimo vital se dispara a 4,782 pesos mensuales en las ciudades y 3,428 pesos en el campo poblano.

Estas cifras ubican a Puebla prácticamente en el promedio nacional del costo de la vida, pero esa aparente normalidad estadística esconde una tragedia social concreta: 62.7% de los poblanos vive en situación de pobreza o vulnerabilidad económica. Para más de 4 millones de personas en el estado, el incremento de unos cuantos pesos en el jitomate, el pollo o las tortillas no es un dato menor, es la diferencia entre comer tres veces al día o saltarse comidas.

Y octubre de 2025 llegó con malas noticias. La canasta alimentaria en la zona urbana de Puebla —que incluye Puebla capital, Tehuacán, San Martín Texmelucan y otras ciudades intermedias— creció 4.4% en un año, superando la inflación general estatal de 3.7%. En las zonas rurales —Sierra Norte, Mixteca, Sierra Negra— el alza fue de 3.0%, ligeramente por debajo del promedio, pero sobre una base de ingresos ya de por sí precaria donde el salario mínimo rural apenas alcanza para cubrir dos tercios de la línea de pobreza.

El bistec, las tortillas y la fonda

El INEGI identifica con nombre y apellido a los responsables del encarecimiento. En primer lugar está la comida fuera del hogar —desayunos, comidas corridas, tacos al pastor, garnachas—, que subió 7.6% en Puebla y representa más de la mitad del incremento en la canasta alimentaria urbana. Miles de poblanos dependen de fondas, comedores económicos y puestos callejeros porque no tienen tiempo, infraestructura o recursos para cocinar en casa. Son trabajadores de maquiladoras en Huejotzingo, comerciantes del centro histórico, empleadas domésticas, obreros de la construcción. Y todos están pagando más por lo mismo.

El segundo golpe viene de la carne. El bistec de res escaló 19.8% en Puebla, el más alto incremento registrado entre los productos básicos. En la zona urbana, este solo producto explica 21.2% del aumento de la canasta alimentaria; en el campo, 34.6%. La molida de res no se queda atrás, con 18.1% de alza, y la leche pasteurizada —alimento fundamental para niños— creció 8.9% en las ciudades poblanas.

Pobreza urbana

La geografía de la pobreza en Puebla está cambiando. Históricamente, la Sierra Norte, la Mixteca y la Sierra Negra han concentrado los índices más altos de marginación. Pero los datos de octubre revelan una tendencia preocupante: la canasta alimentaria urbana crece más rápido que la rural, y cuando se incluyen gastos no alimentarios, la brecha se mantiene peligrosamente estrecha.

En las ciudades poblanas, rubros como educación, cultura y recreación subieron 5.8%, mientras que vivienda y servicios de conservación —que incluye renta, agua, predial— creció 4.2%. Los cuidados personales —jabón, pasta dental, shampoo, artículos de higiene femenina— aumentaron 6.1%. Son gastos que no se pueden postergar, que no se pueden recortar sin consecuencias inmediatas en salud y dignidad.

El resultado es una ecuación implacable: para no ser pobre en la zona urbana de Puebla, una persona necesita dsiponer al menos de 4,782 pesos al mes. Pero el salario mínimo promedio en la entidad, incluso con los aumentos recientes, apenas alcanza 7,468 pesos mensuales ($8,364 pesos en las principales ciudades). Una familia de cuatro integrantes requeriría 19,128 pesos solo para estar en el umbral de la línea de pobreza. En un estado donde 43.6% de la población ocupada gana menos de dos salarios mínimos, los números no cierran.

Puebla enfrenta una verdad cruel: el "bienestar" es un espejismo lejano. Los indicadores macroeconómicos oficiales pintan un panorama optimista; la realidad en los mercados locales, en las colonias periféricas, en los municipios, es otra: cada día sale más caro comer, y la comida —ese derecho fundamental— se aleja cada vez más de quienes menos tienen.

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