La Estrategia de Seguridad Nacional publicada por la administración Trump recientemnte, redibuja el mapa de prioridades estadounidenses, y en ellas México emerge como pieza angular de lo que el documento denomina el "Corolario Trump a la Doctrina Monroe".
RG Revista — Más que un vecino, México aparece en el texto como un territorio de interés estratégico donde convergen tres obsesiones de la Casa Blanca: migración, narcotráfico y reconfiguración de cadenas de suministro.
El lenguaje es directo, casi quirúrgico. La estrategia establece que Estados Unidos buscará "despliegues dirigidos para asegurar la frontera y derrotar a los carteles, incluyendo donde sea necesario el uso de fuerza letal". No se trata de retórica electoral. Es doctrina oficial de seguridad nacional, un cambio de paradigma que eleva la amenaza del crimen organizado mexicano al nivel de prioridad militar.
Pero la presión no termina ahí. El documento identifica a México como uno de los conductos por donde China triangula exportaciones hacia Estados Unidos, evadiendo aranceles. "China exporta a Estados Unidos indirectamente a través de intermediarios y fábricas construidas por China en una docena de países, incluido México", señala el texto. La acusación es clara: México se ha convertido, voluntaria o involuntariamente, en plataforma de evasión comercial china.
Esta percepción transforma la relación bilateral. Washington ya no ve en el T-MEC únicamente un tratado comercial, sino un instrumento que debe subordinarse a objetivos de seguridad nacional. La estrategia establece que los términos de las alianzas estadounidenses "deben ser contingentes a la reducción de influencia adversarial externa", desde control de instalaciones militares y puertos hasta la compra de activos estratégicos.
Para México, las implicaciones son múltiples y asimétricas. En el frente económico, la administración Trump busca "rebalancear las relaciones comerciales, reducir déficits comerciales y terminar con prácticas anticompetitivas". México, que mantiene un superávit comercial significativo con Estados Unidos, entra automáticamente en la lista de países que deben ajustar su balanza. La paradoja es evidente: Washington incentiva el nearshoring pero castiga el éxito exportador resultante.
El sector automotriz mexicano, que exportó más de 90 mil millones de dólares en vehículos y autopartes a Estados Unidos en 2024, enfrenta un dilema. La estrategia estadounidense promueve la "reindustrialización" doméstica mediante "uso estratégico de aranceles". La integración de componentes chinos en la manufactura mexicana —desde baterías hasta semiconductores— ofrece el pretexto perfecto para intervención arancelaria selectiva.
En materia de seguridad, el enfoque es aún más directo. La doctrina abandona la estrategia "fallida de aplicación de la ley de las últimas décadas" y contempla operaciones militares. Aunque el documento no especifica modalidades, establece un precedente doctrinal para intervenciones unilaterales si Washington considera que México no neutraliza efectivamente a los carteles que operan el tráfico de fentanilo hacia territorio estadounidense.
La administración Trump articula su visión hemisférica bajo dos verbos: "Enlistar y Expandir". México debe ser "enlistado" como campeón regional que ayude a crear estabilidad, controlar migración, neutralizar carteles y desarrollar economías locales. El documento es explícito: Estados Unidos "recompensará y alentará a gobiernos, partidos políticos y movimientos alineados con sus principios y estrategia".
Esta formulación introduce una variable inquietante: la posibilidad de que Washington apoye activamente fuerzas políticas mexicanas consideradas más alineadas con sus intereses, independientemente de los procesos democráticos locales. La estrategia subraya que "los asuntos de otros países son nuestra preocupación solo si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses". La pregunta es: ¿qué actividades mexicanas califican como amenaza directa?
El aspecto más revelador del documento es su franqueza sobre el uso de instrumentos económicos como armas de política exterior. Estados Unidos buscará "contratos de fuente única para empresas estadounidenses" en países del hemisferio y hará "todos los esfuerzos para desplazar a empresas extranjeras que construyen infraestructura en la región". Para México, que ha recibido inversión china en sectores como energía, telecomunicaciones y manufactura, el mensaje es inequívoco: diversificar tiene costo.
La estrategia también contempla "medidas como tributación dirigida, regulación injusta y expropiación que perjudican a empresas estadounidenses" como inaceptables. La reforma energética mexicana de 2021, que priorizó a CFE y Pemex sobre privados, permanece como irritante latente en la relación bilateral, y este documento sugiere que Washington tiene ahora marco doctrinal para presionar su reversión.
En el tablero geopolítico más amplio, México aparece atrapado entre dos fuerzas tectónicas. Estados Unidos declara que "el mundo funciona mejor cuando las naciones priorizan sus intereses", pero simultáneamente exige que los intereses mexicanos se subordinen a los estadounidenses en áreas consideradas vitales para Washington. La soberanía, concepto sagrado en la retórica política mexicana, choca frontalmente con la doctrina del "Corolario Trump".
El sector empresarial mexicano enfrenta una bifurcación estratégica. Por un lado, el nearshoring ofrece oportunidades sin precedente: la reconfiguración de cadenas globales de suministro posiciona a México como alternativa natural a Asia. Por otro, cada dólar de inversión china, cada componente asiático integrado en exportaciones mexicanas, cada planta manufacturera con capital de Shenzhen o Shanghai, se convierte en vulnerabilidad geopolítica.
Las cifras ilustran la magnitud del desafío. México recibió más de 36 mil millones de dólares en inversión extranjera directa en 2024, con China expandiendo agresivamente su presencia en estados como Nuevo León, Coahuila y Guanajuato. Empresas chinas de autopartes, electrónicos y textiles han establecido más de 200 plantas en territorio mexicano en los últimos tres años, precisamente para acceder al mercado estadounidense vía T-MEC.
Washington ahora considera esta configuración como amenaza estratégica. El documento establece que Estados Unidos "debe ser preeminente en el Hemisferio Occidental como condición de seguridad y prosperidad", y que esa preeminencia requiere "reducir dependencias" de actores externos. La inversión china en México no es vista como flujo de capital neutro, sino como penetración estratégica de un competidor sistémico.
El gobierno mexicano enfrenta una ecuación imposible. Necesita inversión para crear empleos y desarrollar infraestructura. China ofrece capital abundante, barato y sin las condicionalidades políticas que típicamente acompañan recursos occidentales. Pero aceptar ese capital genera fricción con el socio que absorbe 80% de las exportaciones mexicanas y del cual depende la estabilidad económica nacional.
La estrategia estadounidense también contempla expansión de presencia de la Guardia Costera y la Marina para "controlar rutas marítimas, frustrar migración ilegal, reducir tráfico humano y de drogas, y controlar rutas de tránsito clave en crisis". Esto implica mayor presencia militar estadounidense en aguas del Golfo de México y el Pacífico mexicano, áreas que México considera jurisdicción soberana.
En el horizonte se perfila un 2026 de máxima tensión. La renegociación del T-MEC programada para ese año deja de ser ejercicio comercial técnico para convertirse en confrontación sobre el modelo de desarrollo mexicano. Washington llegará a la mesa con mandato doctrinal claro: rebalancear comercio, expulsar influencia china, asegurar cooperación total en seguridad y migración, y garantizar acceso preferencial para capital estadounidense.
Las debilidades mexicanas son evidentes. La economía crece por debajo de 2% anual, insuficiente para absorber a los más de un millón de jóvenes que ingresan anualmente al mercado laboral. La violencia relacionada con el narcotráfico produjo más de 30 mil homicidios en 2024. La infraestructura energética está en deterioro. Las finanzas públicas operan con déficit superior a 5% del PIB. Y la dependencia del mercado estadounidense es absoluta.
Pero México también tiene cartas. Su ubicación geográfica es inamovible. La integración manufacturera con Estados Unidos es tan profunda que desmontarla sería mutuamente destructivo. Las empresas estadounidenses tienen más de 100 mil millones de dólares invertidos en México. Y el costo político para Washington de un colapso económico mexicano —que dispararía migración masiva— es prohibitivo.
La pregunta central es si el gobierno mexicano reconoce la magnitud del cambio de contexto. La Estrategia de Seguridad Nacional no es documento aspiracional sino mapa operativo. Cada agencia federal estadounidense, desde el Pentágono hasta el Departamento de Comercio, operará bajo estos lineamientos. Los embajadores, los agregados militares, los negociadores comerciales, todos ejecutarán esta visión.
México enfrenta una década definitoria. Puede intentar navegar entre Washington y Beijing, jugando ambigüedad estratégica. Puede alinearse completamente con Estados Unidos, sacrificando autonomía por acceso garantizado al mercado del norte. O puede buscar diversificación real, fortaleciendo vínculos con Europa, América Latina y Asia no-China, aunque esto requeriría transformación económica que el país ha pospuesto por décadas.
Lo que no puede hacer es continuar con inercia. Los ojos del águila americana están sobre México, y la visión es más estratégica, más urgente y más exigente que nunca. La relación bilateral deja de ser predominantly comercial para convertirse en asunto de seguridad nacional estadounidense. Y en ese tablero, México tiene menos margen de maniobra del que sus élites políticas están dispuestas a admitir.
El año 2026 no es solo fecha de revisión comercial. Es punto de inflexión donde se definirá si México puede ser socio con autonomía o si la proximidad geográfica se traducirá en subordinación estratégica. La respuesta determinará no solo el destino económico del país, sino la viabilidad misma del proyecto nacional construido desde 1821: una nación soberana, capaz de decidir su rumbo, en el vecindario del poder más formidable que el mundo haya conocido.
Los dados están lanzados. Y esta vez, las reglas del juego las escribió Washington.


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