La segunda administración de Donald Trump ha dejado en sus primeros 100 días un escenario político, económico y social marcado por el radicalismo, el maximalismo y una percepción de emergencia nacional. Aunque el país parecía haber virado sólidamente hacia la derecha, el estilo de gobierno refleja una convicción de desesperación más que de consolidación, exacerbando fracturas internas y debilitando la influencia global de Estados Unidos.

Editorial

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La reelección de Donald Trump representó, en su génesis, una reafirmación del giro conservador que había comenzado a redefinir el mapa político estadounidense. Sin embargo, la manera en que ha ejercido el poder revela un diagnóstico mucho más sombrío: la visión de que el país se encuentra al borde de un colapso irreversible. Lejos de consolidar un dominio político, Trump ha optado por una estrategia de confrontación total, actuando como si cada decisión fuera una última oportunidad de salvar a Estados Unidos.

El enfoque de la "píldora negra" —una metáfora en línea (dixit Matrix) para describir una conciencia absoluta del desastre inevitable— parece guiar tanto al presidente como a sus principales asesores y seguidores. Esta mentalidad ha impulsado políticas que, más que buscar estabilidad o crecimiento sostenido, operan bajo una lógica de hiperactividad radical: recortes masivos sin evaluación previa, guerras comerciales sin estrategias de mitigación, presión extrema sobre universidades de élite y desafíos agresivos en tribunales, todo ejecutado con una premura que refleja una visión apocalíptica del futuro nacional.

En política exterior, Trump ha abandonado cualquier pretensión de liderazgo multilateral. Ha despreciado alianzas históricas, debilitado la OTAN, tratado a Europa como un adversario económico y favorecido a Rusia en detrimento de Ucrania, lo que ha generado preocupación incluso entre aliados tradicionales. La propuesta de anexar Groenlandia, el interés en retomar el control del Canal de Panamá y la sugerencia de absorber a Canadá, aunque en algunos casos presentadas como bravatas, revelan un expansionismo que recuerda los esquemas de esferas de influencia propios de la Guerra Fría.

La guerra comercial, marcada por un arancelismo extremo, se ha intensificado bajo una lógica de "sin dolor no hay ganancia", generando inestabilidad económica mundial y aumentando los riesgos de recesión, sin que existan planes claros para capitalizar o contener los daños provocados. La administración no ha mostrado preocupación alguna por el impacto electoral de estas decisiones, ni siquiera frente a sectores sociales recién incorporados al electorado republicano.

La mentalidad todo-o-nada también permea en la base de apoyo de Trump, donde se exigen resultados absolutos: recuperar todos los empleos industriales, deportar a todos los inmigrantes ilegales, destruir el poder de las universidades progresistas. Este maximalismo ignora matices importantes, como lo evidencian los datos: la cifra real de inmigrantes ilegales, estimada entre 18 y 19 millones, está lejos del alarmismo que habla de 30 a 50 millones. Del mismo modo, aunque la política exterior estadounidense sufrió profundas derrotas en Irak, Afganistán y Libia, hoy opera bajo parámetros más realistas, incluso durante el actual conflicto proxy en Ucrania.

Las acciones de Trump en estos primeros 100 días han acentuado la desconfianza global hacia Washington. Países aliados han comenzado a fortalecer alianzas alternativas y estrategias defensivas a largo plazo, partiendo del supuesto de que el liderazgo estadounidense ya no es confiable ni estable, independientemente de los resultados de futuras elecciones.

Internamente, las encuestas reflejan una caída preocupante en el apoyo popular: más de la mitad de los estadounidenses —incluido un porcentaje significativo de votantes republicanos— perciben que Trump está peligrosamente alineado con Rusia. Mientras tanto, la democracia estadounidense muestra signos visibles de erosión: el uso expansivo del poder ejecutivo, los ataques a las instituciones académicas y los desprecios sistemáticos a las normas democráticas básicas configuran un entorno de retroceso institucional sin precedentes en la era contemporánea.

EE.UU. ha pasado del discurso grandilocuente de ‘América primero’ al sentimiento de la ‘píldora negra’ de Matrix, la desesperanza total. Quien toma la píldora negra cree que la situación (política, social, económica) ya es irreversible, que todo está perdido y que solo quedan medidas drásticas o desesperadas para tratar de salvar algo. Y esto sólo en cien días de gobierno, muy lejos de consolidar el poder desde una posición de fortaleza. Trump parece que ha optado por gobernar bajo la lógica de una nación en agonía y él la está matando con la aceleración de medidas radicales, el desprecio por las alianzas, la beligerancia económica y la narrativa inminente del colapso que no sólo redefine su segundo mandato, sino que amenazan con alterar de manera irreversible tanto el sistema político estadounidense como el equilibrio de poder global.