Arkhé
El Poder

A mis hijas, a mis hijos… y a esos años de mi juventud.

Horacio De la Cruz S.

|@Region_Global

Hace 31 años, todo cambió. México sufría una reducción marginal pero sostenida de sus reservas internacionales tras el homicidio de Luis Donaldo Colosio. El Fondo de Estabilización de los Ingresos Petroleros (FEIP) era objeto de una “ordeña” silenciosa. Para esas fechas, Ernesto Zedillo se encontraba en una campaña vertiginosa, preparándose para su primer debate frente a los candidatos presidenciales opositores: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Diego Fernández de Cevallos y Cecilia Soto González.

Fue por estos días, pero de 1994 cuando salí de un baño de vapor de los “Baños Santa María”, después de leer los periódicos junto a Don Javier García Paniagua.

—¿No va a llegar nuestro amigo? —me preguntó.
—Lo estoy esperando, pero no me ha hablado —respondí.

Salí rumbo a las oficinas de IMPACTO (Publicaciones Llergo S.A. de C.V.), en la avenida Ceylán, en Azcapotzalco.

Entonces sonó el teléfono. Era mi entrañable amigo —QEPD— Juan Bustillos, a quien considero el mejor periodista de su tiempo. Más que por su prosa, por lo que sabía y conocía de primera mano. Nunca escribió algo que “alguien le contó”. Sus fuentes eran directas: los protagonistas de los hechos políticos más relevantes del país, como debe ser.

Lacho, ¿qué haces? Acompáñame a las ‘Costillas’ de la china.
—Sale, voy para allá —le respondí.

Pensé: es muy temprano para comer, pero en fin, y reí.

Llegué casi al mismo tiempo que él al restaurante, que estaba del otro lado de Insurgentes, a la altura del CEN del PRI. en una de las calles adyacentes

—¿Qué van a pelil? —preguntó la chinita sonriente.
—Sólo un agua mineral para mí, por favor —dije.

Juan pidió una Coca-Cola y un vaso con hielos.
—¿Qué ha habido? —me preguntó, y conversamos unos minutos.

Repentinamente, para mí, llegó, impecable como siempre, Manlio Fabio Beltrones Rivera.

Hermano.
Hermano —se saludaron con un abrazo.

A mí me dio la mano, como siempre, muy cordial, sin abrazo.

—¿Qué va a quelel? —preguntó la chinita.
—Sólo un vaso con agua —respondió Beltrones.

Se acomodó pegado a la pared, frente a nosotros. Arregló el saco de su traje impecable y preguntó a Juan:

—¿Cómo estás?

Juan, no recuerdo si respondió, pero entró de lleno en una conversación que me hizo palidecer. Con la mirada fija en Beltrones y el rostro serio, lanzó la primera pregunta:

—¿Quién fue, hermano?

Beltrones tomó agua, se volvió a acomodar el saco. Se tomó su tiempo. Unos segundos que, para mí, fueron una eternidad.

—No lo sé —respondió.

Juan lanzó la segunda pregunta, como una flecha:

—¿Fue Raúl?

—No lo creo. Y no hay razón —respondió Beltrones.

La conversación continuó sobre Colosio. “Mira Juan, tú y yo sabemos (...)”. Me levanté de la mesa y salí del restaurante, sudando. Me hacía una pregunta en silencio que Juan nunca me quiso responder: ¿Por qué tenía que ser testigo de ese encuentro, de esa conversación?

—Pinche Juan... —susurré.

Tras unos minutos más, se despidieron. Yo estaba ya a unos metros de distancia. No me despedí del entonces gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones y nos fuimos platicando hacia “la Planta” (IMPACTO). En el camino, Juan me dijo con un dejo de profundidad:

—No creo que CarlosSalinas de Gortari, su amigo— tenga algo que ver.
—De Raúl, quién sabe… Pero mira, Lacho: En este país hay un poder que está por encima de todos nosotros. Y justo cuando uno cree que nos va a ir bien… nos rompe toda la madre.