“Fui elegido sin ningún mérito y, con temor y temblor, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”, proclamó el Papa León XIV, obispo misionero y nieto de migrantes, en su primera homilía como 267º Sucesor de Pedro.

InfoStockMx, Ciudad del Vaticano - Palabras, sencillas y profundas, marcaron el inicio del ministerio del Papa León XIV que promete ser signo de alteridad y nuevo estilo pastoral.

En un mundo herido por guerras, odio y divisiones, la voz de León XIV irrumpió con un mensaje de unidad: “Dios nos quiere a todos unidos en una sola familia”. No como una consigna, sino como proyecto evangélico. La suya no fue una homilía triunfalista, sino un acto de comunión desde la humildad: “Caminar con ustedes por el camino del amor de Dios”.

La alteridad se expresa también en su denuncia de los lenguajes que dividen. Frente a las armas y la arrogancia, León XIV llamó a derrotar el odio que nace en el corazón humano. Sea empuñando fusiles o empuñando palabras que hieren, el Papa recordó que el Evangelio exige otra lógica: la de la compasión, el diálogo y la comprensión.

Pero su mensaje no se limita al qué. También plantea un cómo. Un estilo. Recordando a San Gregorio Magno, el nuevo Pontífice asumió su tarea como “servus servorum Dei”: siervo de los siervos de Dios. “La Iglesia de Roma preside en la caridad, y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo”, dijo, marcando distancia con cualquier tentación de poder, marketing religioso o propaganda clerical.

Con tono pastoral, advirtió: “Pedro debe apacentar al rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un caudillo solitario o un jefe por encima de los demás”. En cambio, está llamado a amar más, a servir más, “caminando junto a los hermanos”.

El nuevo Papa no apela a doctrinas abstractas, sino a un testimonio concreto: una Iglesia que no se encierra, que no se siente superior, sino que se reconoce como lo que es: un pueblo de pecadores perdonados. Una comunidad que, por saberse necesitada de misericordia, debería estar vacunada contra todo complejo de superioridad.

“Estamos llamados a ofrecer a todos el amor de Dios”, insistió León XIV. Y en esa misión, pidió que la Iglesia sea una pequeña levadura, una minoría significativa que fermente el mundo con unidad, comunión y fraternidad. Una Iglesia que no se repliegue, sino que mire a lo lejos, donde están las preguntas, las heridas y los desafíos de nuestro tiempo.