Donald Trump asumió el poder envuelto en una narrativa de restauración económica. Prometió traer de vuelta la manufactura, contener la inflación y hacer crecer la economía con una mezcla de fuerza y habilidad empresarial. A poco más de cien días, las cifras comienzan a desmontar ese relato.
Mexconomy - Cuando Donald Trump juró como presidente de Estados Unidos, una parte considerable del electorado compró su argumento: solo un outsider con mentalidad de negocios podía “arreglar” lo que la política tradicional había roto. Su promesa fue clara y directa: repatriar empleos, reducir el déficit comercial, controlar la inflación y devolverle a EE.UU. su lugar como potencia industrial.
El mensaje caló especialmente en regiones del llamado "cinturón oxidado", otrora bastiones de la industria pesada y hoy zonas golpeadas por décadas de deslocalización y abandono político. Trump prometió un renacimiento económico con herramientas agresivas: aranceles, renegociaciones, y presión directa sobre las empresas que produjeran fuera del país.
En sus primeros movimientos, el presidente impuso nuevas tarifas a productos provenientes de China y otras naciones, bajo el argumento de que EE.UU. había sido víctima de acuerdos desventajosos. Al mismo tiempo, se retiró de tratados como el TPP y presionó para reformular el T-MEC. A ojos de sus seguidores, Trump comenzaba a cumplir su palabra.
Pero la economía no responde con la rapidez ni la docilidad que una orden ejecutiva puede imponer. La estructura global de producción y comercio es infinitamente más compleja que la gestión de una empresa familiar, y los primeros resultados ya muestran señales de advertencia. Las empresas, ante la incertidumbre, optaron por anticiparse a los aranceles y saturaron el mercado con importaciones. En lugar de un crecimiento sostenido, lo que siguió fue una contracción inesperada del PIB.
Este escenario abre una pregunta inevitable: ¿puede un liderazgo basado en el voluntarismo económico sostener una recuperación real? La respuesta ha llegado en números. El PIB de Estados Unidos ha caído 0.27% en el primer trimestre de 2025. Las promesas de una nueva era industrial requieren más que discursos o decretos: implican reformas estructurales, inversión en tecnología y educación, estabilidad jurídica y acuerdos internacionales bien negociados. Nada de eso puede lograrse en cien días, ni siquiera en un año.
En el fondo, la narrativa del auge inmediato era insostenible. Pero más grave aún es que se construyó como una estrategia de validación personal con fines electorales. Trump no solo prometió resultados: los ató a su imagen como “ganador”. Y en ese marco, cualquier dato negativo se transforma en una afrenta personal antes que en un desafío técnico.
La economía no entiende de egos. Entiende de confianza, estabilidad, y visión de largo plazo. Y es ahí donde la apuesta de Trump comienza a crujir. El capital no espera explicaciones: simplemente se repliega. Los consumidores no leen teorías: solo sienten si su poder de compra mejora o empeora.
Así, a poco más de tres meses de iniciada su presidencia, Trump enfrenta el primer golpe serio a su credibilidad económica. Lo que sigue dependerá no de lo que diga, sino de lo que logre demostrar. Pero por ahora, la promesa del auge luce más como una ficción de campaña que como un plan maestro.
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