La cumbre del Grupo de los 7 en Alberta ocurrirá en medio del aislamiento diplomático de Estados Unidos, las grietas del orden liberal y la deriva imperialista del presidente Trump. Europa se atrinchera en defensa de Ucrania, Canadá resiste ¿amenazas? de anexión, México con cautela y la comunidad internacional se prepara para el colapso del multilateralismo.

Alberta, Canadá.- Cuando Donald Trump participó por última vez en una cumbre del G7 en 2018, rompió el protocolo, atacó a sus aliados y exigió el regreso de Rusia al grupo. Siete años después, en su segundo mandato, regresa al escenario no como líder del mundo libre, sino como un agitador autoritario que amenaza la arquitectura misma del orden occidental.

El presidente de Estados Unidos arriba a Kananaskis, Alberta, con una agenda unilateral: defender sus aranceles, promover su visión de “justicia comercial” y extender su influencia sobre países aliados a través de la intimidación. Según su asesor comercial, prometió “90 acuerdos en 90 días”. Pero apenas ha logrado acuerdos marco con Reino Unido y China, mientras el resto del mundo observa con escepticismo una estrategia comercial que se tambalea en los tribunales.

“Creo que tendremos unos cuantos acuerdos nuevos”, dijo Trump antes de partir hacia la cumbre. Pero el trasfondo económico es más complejo: una guerra arancelaria estancada, mercados inestables y una crisis energética global alimentada por la guerra en Ucrania y el reciente ataque sorpresa de Israel a Irán, que amenaza con escalar en una confrontación regional.

Trump y la guerra definen la ambigüedad ante un mundo en llamas. Mientras Israel e Irán intercambian ataques tras una ofensiva israelí contra instalaciones nucleares, el presidente estadounidense adoptó una postura ambigua. “A veces tienen que pelear”, declaró. Su aproximación a los conflictos globales parece regirse más por el cálculo electoral que por la diplomacia preventiva.

En este contexto volátil, el presidente ha dejado claro que su prioridad no es la paz, sino la ventaja geopolítica. En lugar de desescalar tensiones, alimenta incertidumbre. Mientras tanto, líderes europeos centran sus esfuerzos en la defensa de Ucrania frente a una Rusia envalentonada.

En ese contexto el G7 no exhibe unidad. Los anfitriones de la cumbre han descartado la publicación de un comunicado conjunto, tradicional símbolo de consenso entre potencias. La razón es simple: Trump no lo firmará, como ya lo hizo en 2018.

El G7, más allá de su peso económico, representaba una comunidad de valores compartidos: democracia liberal, cooperación multilateral y defensa del derecho internacional. Hoy, esa comunidad está fracturada. Estados Unidos, bajo Trump, ha dejado de ser un socio confiable para convertirse en un actor imprevisible, centrado en su propia supremacía.

Para el mundo Trump y Putin configuran una traición estratégica a Ucrania. Mientras Volodymyr Zelensky asiste a la cumbre como símbolo de resistencia, Trump continúa acusando falsamente a Ucrania de iniciar la guerra y elogiando su relación personal con Vladimir Putin. Esta postura mina cualquier posibilidad de una resolución multilateral del conflicto.

Europa teme que Estados Unidos abandone definitivamente a Kyiv, mientras Moscú aprovecha el desconcierto para avanzar en el terreno militar y diplomático. La credibilidad del G7 como bloque comprometido con la soberanía ucraniana pende de un hilo.

Por si fuera poco, el caso Canadá-Trump camina entre el acoso y el revanchismo. La relación con Canadá ha llegado a su punto más bajo. Tras la reelección de Trump, impuso nuevos aranceles y llegó a sugerir que Canadá debería ser parte de Estados Unidos. En una tensa reunión en la Oficina Oval, el primer ministro canadiense respondió con contundencia: “Canadá no está en venta, nunca”. Trump replicó: “Nunca digas nunca”.

El trato hacia Canadá —vecino, socio comercial y aliado militar— refleja una actitud profundamente hostil que rompe con décadas de colaboración estratégica. La amenaza a su soberanía no solo generó una respuesta diplomática, sino también una ola de rechazo ciudadano que impactó directamente en las elecciones federales, inclinando la balanza hacia un gobierno abiertamente anti-Trump.

Las encuestas muestran que nueve de cada diez canadienses rechazan la idea de convertirse en el “estado 51”. El repudio es tan fuerte que afectó las dinámicas electorales internas. Alberta, región anfitriona del G7 y bastión conservador, sigue siendo uno de los pocos espacios donde Trump encontrará simpatizantes, aunque incluso ahí el descontento crece.

La cumbre también se ve marcada por tensiones con países invitados. En su segundo mandato, Trump ha protagonizado enfrentamientos con México, Sudáfrica y Ucrania, lo que erosiona cualquier posibilidad de construir coaliciones. Su gobierno no coopera: presiona, castiga, divide.

Con Trump ha llegado a su fin del liderazgo compartido. El G7 de Alberta confirmará que Estados Unidos ya no lidera el mundo libre. Bajo Trump, la nación más poderosa del planeta ha abandonado el consenso, ha saboteado el multilateralismo y ha convertido el poder duro en su única herramienta de negociación.

Trump no busca aliados, sino subordinados. No defiende valores, sino intereses. No negocia con el mundo, lo amenaza. Y ante esta realidad, la comunidad internacional se enfrenta a una pregunta decisiva: ¿cómo contener al presidente de una superpotencia que no conoce límites?