Mientras el gobernador llama a la humildad, un alcalde priísta amenaza con “levantar” empleados en una tienda, se deslinda en un comunicado, y su partido lo arropa como víctima. La tragicomedia del poder público en Puebla sigue en funciones.
Angelópolis, Pue. — En un episodio que combina el abuso de poder con la prepotencia impune, Iván Camacho Romero, presidente municipal de Cuyoaco, fue captado en video mientras presuntamente lanzaba amenazas a empleados de una tienda en Angelópolis. De acuerdo con testigos, el edil exclamó la ya clásica advertencia del político chiquito con complejo de virrey: “no saben con quién se están metiendo”.
El incidente no es menor. Empleados del lugar relataron que el conflicto comenzó cuando Camacho exigió un reembolso. Ante la negativa, el alcalde encendió sus ánimos. No sólo se le vio desafiante, sino que su escolta —por llamarle de algún modo— asumió una actitud prepotente, presuntamente amenazando con “levantar” al personal.
En vez de ofrecer una disculpa pública o mostrar un mínimo de autocrítica, el alcalde ejecutó una maniobra magistral del manual de la vieja escuela política: culpó a su guarura. Así, sin titubeos, lo lanzó como carne de cañón para preservar su investidura impoluta. Él, mientras tanto, continuó posando con su pareja en la plaza central, como si la indignación ciudadana fuera una molestia menor. El cinismo, elevado a rango de político municipal.
La escena no estaría completa sin el acto de respaldo partidista. Delfina Pozos, secretaria general del PRI, salió en defensa del alcalde: aseguró que no fue él, sino “sus escoltas” quienes actuaron con violencia. En un acto de comedia involuntaria, incluso pidió investigar al edil... si es que acaso sus subordinados incurrieron en excesos.
Para redondear la escena, el gobernador Alejandro Armenta —con tono más paternal que institucional— hizo un llamado a los presidentes municipales: “No somos virreyes, somos servidores públicos”. El mensaje, aunque necesario, suena hueco en una entidad donde la cultura del poder se basa en el desplante, la arrogancia y el “usted no sabe quién soy yo”.
Y sin embargo, las cámaras hablan. Se observa al edil reclamar y su escolta atrás. No hay un intento por desescalar la situación. Después, con total desparpajo, publicó un comunicado... no para disculparse, sino para deslindarse.
Este episodio, lejos de ser una anécdota, revela el estado actual de muchas alcaldías en Puebla: pequeños feudos donde el poder se ejerce con altanería, sin contrapesos, sin consecuencias. Y mientras la indignación se diluye en redes sociales, los protagonistas siguen en escena, protegidos por el blindaje político institucional y la maquinaria partidista.
La pregunta, por supuesto, no es si Iván Camacho es culpable o no. La pregunta es ¿por qué los excesos de políticos son impunes? No son pocos los municipios de Puebla donde se viven episodios de una tragicomedia de autoritarismos cotidianos.
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