Gustavo “Sauce” Zapata fue removido del área de Homicidios Dolosos en la Fiscalía General del Estado de Puebla, luego de una cascada de protestas internas, señalamientos por abuso de poder y una amenaza directa del crimen organizado. Su nombre se convirtió en sinónimo de miedo entre los agentes que patrullan donde estalla la violencia.

Puebla de Zaragoza, Pue.- Durante días, los pasillos de la Fiscalía de Puebla ardieron en silencio. Agentes inconformes, paros tácticos y un atentado con granadas formaron el telón de fondo para la caída de Gustavo Alonso González Zapata, conocido como “Sauce”, quien fue degradado y reasignado a la Agencia Estatal de Investigación. La institución niega protestas, pero reconoce que los agentes exigieron su salida. La presión, esta vez, fue más fuerte que su aura de jefe.

“Sauce” dejó de ser comandante de la Coordinación Federal Especializada en Investigación de Homicidios Dolosos tras una serie de señalamientos por presunta conducta prepotente y ofensiva. Sin embargo, el detonante fue algo más peligroso: el grupo criminal “La Barredora” lo habría marcado como objetivo directo. El pasado 30 de junio, dos granadas explotaron en el municipio de Coronango. Dos agentes de la SSP quedaron heridos. El mensaje fue claro.

“Ese atentado era para él”, dicen fuentes cercanas a la dependencia. Desde días antes, agentes de la Coordinación de Homicidios habían solicitado una reunión con la fiscal Idamis Pastor Betancourt para pedir la salida de “Sauce”. La amenaza no era nueva. “La Barredora” ya había advertido que iría contra las oficinas si él seguía al mando. El miedo se volvió institucional.

No era la primera vez que el nombre de Zapata desataba protestas. En marzo de 2025, fue responsabilizado por la muerte de dos policías municipales cuando ocupaba un alto cargo en la Secretaría de Seguridad Ciudadana del municipio de Puebla. Aquella vez, también presentó su renuncia, publicada como irrevocable en redes sociales. Parecía el final. No lo fue.

El 2 de julio, apenas dos días después del ataque en Coronango, agentes pararon labores en exigencia de su salida. “Lo llaman déspota, le temen, y aseguran que su presencia los pone en la mira de los sicarios”. La escena se repetía: ya lo habían hecho antes los policías municipales.

“Nos estamos deteniendo porque sabemos que si seguimos saliendo con Sauce, el riesgo de que nos hieran o maten en campo es real”, declaró un agente, con la voz vencida tras otro operativo bajo presión. En la línea de fuego, cada movimiento con Zapata al frente se sentía como jugarse la vida con la moneda al aire.

El ambiente, describen fuentes internas, es un “volado”. Nadie quiere patrullar con él. Nadie quiere ser la próxima víctima cuando vuelva a tronar la pólvora. Su figura, lejos de imponer respeto, parece atraer la muerte. La ruptura en la cadena de mando era inevitable.

Aunque la Fiscalía negó un paro formal, sí admitió que los agentes pidieron reunirse para expresar su inconformidad. Lo que se dice con lenguaje burocrático como “inconformidad”, en la práctica es una rebelión institucional. La presión surtió efecto.

Este mismo día se confirmó una reunión decisiva. Estarán presentes Jorge Gustavo Cobián, titular de la Agencia Estatal de Investigación, y la coordinadora de Homicidios Dolosos, de apellido Campos. Su tarea: escuchar, contener y evitar que la fractura interna termine por descomponer del todo al grupo que carga con los crímenes más violentos del estado.

La salida de “Sauce” no resuelve el fondo. Pero al menos, para los agentes que patrullan bajo amenaza, representa una posibilidad de sobrevivir otro día sin que la silueta del jefe se convierta en blanco de los criminales y escudo humano para los demás.