El puente de la calle Reforma estaba a punto de colapsar y fue reconstruido con esfuerzo comunitario. Pero apenas se vació el nuevo concreto, vecinos irresponsables ignoraron los avisos y lo pisotearon. No lo destruyeron, pero sí dejaron huella de algo más profundo: el desdén por el bien común.
Izúcar de Matamoros, Pue. — La madrugada del miércoles 30 de julio inició la demolición del puente ubicado sobre la calle Reforma, en el barrio de San Juan Piaxtla, municipio de Izúcar de Matamoros. La estructura representaba un riesgo latente. La Inspectoría Auxiliar, encabezada por María Eugenia Bravo, gestionó su reconstrucción y notificó con tiempo el cierre vial: del callejón Tlaxcala a calle Unión, hasta el 5 de agosto.
El aviso fue claro, oportuno y necesario. “Tomen sus precauciones vecinos, disculpen las molestias pero es vital la construcción del puente”, decía el mensaje difundido a la comunidad. Y es que la Avenida Reforma no es una calle menor: es una ruta esencial para múltiples barrios y municipios del sur del estado. La obra buscaba prevenir un colapso, no generar incomodidad gratuita.
Sin embargo, no todos comprendieron el fondo de la medida. Algunos se quejaron por el cierre, y otros —más imprudentes— decidieron cruzar la zona restringida. Esta madrugada, un motociclista que desobedeció las indicaciones sufrió un accidente. Y lo más lamentable ocurrió hoy por la tarde: apenas se terminó de vaciar el concreto del nuevo puente, y con el área aún sin fraguar, algunas personas pasaron a pie por la superficie fresca, dejando marcas visibles y afectando el acabado final.
“Es injusto que se esté trabajando para mejorar nuestro barrio y personas irresponsables hagan este tipo de cosas”, expresó con firmeza la Inspectoría Auxiliar. Ya se investiga quiénes fueron los responsables, con el objetivo de que resarzan el daño provocado.
El puente no fue destruido, pero el acto no fue menor. Pisotear el concreto fresco fue también pisotear el esfuerzo de una comunidad entera que intenta mejorar su entorno. En cada huella malintencionada quedó marcada la fragilidad del compromiso ciudadano con el bien común. Porque lo que más tarda en fraguar no es el cemento: es la conciencia colectiva.
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