Concentración de poder, una petrolera corroída por la corrupción, narcotráfico, sometimiento institucional y debilitamiento de la representación política. Los paralelismos entre Venezuela y México despiertan señales de alerta sobre un posible tránsito hacia un régimen de partido único con rasgos de hiperpresidencialismo.
Región Global | Editorial — El espejo venezolano resulta incómodo para México. La experiencia de un país devastado por la corrupción petrolera, el secuestro del poder judicial y la instauración de un régimen metaconstitucional muestra con crudeza los riesgos de una democracia debilitada. Hoy, esas “odiosas comparaciones” empiezan a hacerse inevitables.
En Venezuela, la estatal PDVSA se convirtió en el epicentro de un saqueo que superó los 200 mil millones de dólares. En México, Pemex acumula pérdidas multimillonarias y denuncias de contratos opacos que alimentan sospechas de corrupción y saqueo institucional. Cuando la principal empresa pública se transforma en botín político, la historia muestra que los daños no se limitan a lo económico: erosionan la soberanía y alimentan la captura del Estado.
El segundo punto de comparación es el poder judicial. En Caracas, ningún juez dicta sentencia sin autorización del gobierno. En México, la reforma judicial arrojó un nuevo poder bajo control presidencial que anticipa un escenario de subordinación institucional. La independencia de los tribunales se encuentra en riesgo, lo que pavimenta el terreno para un hiperpresidencialismo en el que el Ejecutivo domina todos los contrapesos.
A ello se suma el avance de un régimen de partido único. Tras las elecciones del año pasado, Morena controla tanto la Cámara de Diputados como el Senado, y ahora busca someter al Instituto Nacional Electoral con una reforma que incluye la eliminación de plurinominales —figura creada para garantizar representación a las minorías—, la reducción de legisladores y el recorte de recursos públicos a los partidos. Sin embargo, el diseño de la propuesta favorece directamente al partido mayoritario, que no sólo conservaría mayores fondos, sino que además recibe financiamiento paralelo opaco desde las entidades federativas y a nivel federal. El resultado es un esquema asimétrico: “el que más tiene recibe más, y el que menos tiene, menos”.
La experiencia venezolana demuestra cómo estas dinámicas desembocan en un presidencialismo con poder absoluto: partido, gobierno, ejército y sistema judicial fusionados en un mismo aparato. En México, la concentración del poder legislativo, el debilitamiento de la representación política y el avance de una reforma electoral regresiva encienden las alarmas. El dilema no es menor: ¿hasta qué punto puede resistir la democracia mexicana antes de que se consolide un régimen metaconstitucional semejante al venezolano?
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