La reunión entre el secretario de Estado estadounidense Marco Rubio y la presidenta Claudia Sheinbaum, el 3 de septiembre de 2025, marcó un punto de inflexión en las relaciones bilaterales. Versiones filtradas revelan el establecimiento de facto de la “Doctrina Monroe 2.0”: un esquema de dominación hemisférica que combina la retórica de cooperación con la realidad de subordinación.
Región Global Revista — El encuentro se inscribe en una coyuntura que rebasa lo inmediato. No se trató de simples acuerdos de entendimiento, sino de la instalación de un nuevo paradigma en la relación México-Estados Unidos, que redefine las coordenadas de la política hemisférica. La lógica presentada por Washington se resume en un mensaje inequívoco: “haces lo que digo o te va a pasar lo que le está pasando a Venezuela”.
De la soberanía westfaliana a la dependencia estructural
Para comprender el alcance de lo ocurrido, es necesario situarlo en perspectiva histórica. El principio westfaliano de soberanía territorial, consagrado en 1648, fue el pilar del sistema internacional moderno. México defendió esa base a través de doctrinas como la Estrada (1930), que establecía la no intervención y el no reconocimiento como fundamentos de su política exterior.
La reunión entre Rubio y Sheinbaum evidenció la erosión definitiva de este principio. Según la información analizada, la presidenta mexicana se enfrentó a una intervención disfrazada de cooperación, en la que el ejemplo venezolano operó como advertencia. Bajo sanciones devastadoras, Venezuela encarna lo que los estrategas llaman “disuasión extendida”: el uso del castigo aplicado a un tercero como amenaza implícita.
La vulnerabilidad mexicana se manifiesta en tres frentes. En lo energético, Estados Unidos mantiene el control completo del suministro de gas natural y gasolina, lo que convierte cualquier interrupción en un instrumento de coerción. En lo comercial, el hecho de que más del 80% de las exportaciones mexicanas dependan del mercado estadounidense refleja una asimetría estructural. Y en lo militar, la presencia de 10,000 soldados estadounidenses en la frontera opera como diplomacia coercitiva: no es invasión, pero sí una demostración de fuerza que condiciona las decisiones mexicanas.
El nuevo paradigma de seguridad hemisférica
Uno de los aspectos más reveladores fue el viraje en la estrategia de seguridad que Marco Rubio transmitió: de detener embarcaciones sospechosas a “detonarlas, aniquilarlas”. El ataque contra el Tren de Aragua en aguas cercanas a Venezuela funcionó como un performance geopolítico. Fue una acción destinada a comunicar a toda América Latina la nueva forma en que Washington manejará la seguridad regional.
Este giro se inserta en un contexto global. Estados Unidos reduce presencia en África, Europa y Asia, pero refuerza militarmente el hemisferio occidental. Se trata de una materialización del “offshore balancing”: asegurar el control de la esfera inmediata mientras se ajusta la proyección de poder en otros escenarios. En esta lógica, México, por su geografía y su integración económica, es la pieza estratégica central.
La reunión también mostró las limitaciones de la respuesta mexicana. El hecho de que concluyera en un “entendimiento”, sin firma, revela la dificultad estructural de resistir. La ausencia de rúbrica buscó evitar alertar a los grupos de poder interno —los llamados cacicazgos políticos— que, de percibir una ofensiva contra la narcopolítica que han representado, verían amenazadas sus propias estructuras. México enfrenta así un “two-level game”: negociar simultáneamente con Estados Unidos y con actores internos que se benefician del statu quo.
En este marco, la presidenta Sheinbaum aparece atrapada entre “la espada y la pared”. De un lado, las presiones de Washington; del otro, los grupos criminales y políticos que financiaron su llegada al poder. El dilema no es táctico, sino existencial para el proyecto de la llamada Cuarta Transformación. Como señalan las versiones filtradas: si no se asume la existencia de un “narcoestado”, resultará imposible articular una respuesta efectiva.
Perspectivas y consecuencias regionales
Los escenarios prospectivos que se abren para México son tres. Primero, la cooperación subordinada, donde el gobierno acepta las condiciones de Washington, ejecuta capturas y preserva la estabilidad al costo de soberanía limitada. Segundo, la resistencia con escalamiento, que conduciría a sanciones económicas progresivas al estilo venezolano y a una crisis severa. Tercero, la desestabilización interna, si el Estado no logra satisfacer ni a los actores externos ni a los internos.
Más allá de México, este modelo de intervención plantea implicaciones hemisféricas. Se trata de un nuevo imperialismo de baja visibilidad, que combina integración económica asimétrica, cooperación en seguridad como canal de intervención, presión diplomática respaldada por fuerza militar y uso de terceros como ejemplo disuasivo. Si funciona en México, podría replicarse en otros países de América Latina.
El desenlace marcará el rumbo del orden regional. Para algunos, México es advertencia; para otros, oportunidad de articular respuestas colectivas. Lo que resulta indudable es que el principio westfaliano de soberanía territorial, ya debilitado por la globalización neoliberal, recibió aquí un golpe definitivo. La pregunta no es si México mantendrá su soberanía tradicional —esa batalla ya se perdió—, sino qué tipo de Estado surgirá de este proceso de reestructuración forzada y con qué margen de autonomía logrará insertarse en el nuevo orden hemisférico que se configura.

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