Ángeles de Puebla
La caída del intocable
Víctor Hugo Domínguez Amado y el peso de su pasado

Víctor Hugo Domínguez Amado no salió por la puerta trasera, sino con un portazo seco. El cese fulminante del subsecretario de Egresos del gobierno de Puebla confirma que en el corazón del poder estatal no hay espacio para los titubeos: cuando un operador financiero deja de ser útil o se convierte en riesgo, la guillotina cae sin explicaciones.

La trayectoria de Domínguez es la historia de un funcionario moldeado en los márgenes oscuros del presupuesto. Su vínculo con Alejandro Armenta viene desde los tiempos en que el hoy gobernador dirigía el DIF estatal en el sexenio de Mario Marín Torres. Ahí, el joven administrador ya recurría a esquemas factureros y pedía “moches” a proveedores. Escándalos hubo varios: desde los programas de desayunos escolares hasta las compras directas de la dependencia. Todos sofocados, todos olvidados, salvo en la memoria política de quienes lo vieron amasar fortuna.

Que Armenta lo conocía, no hay duda; que lo sostuvo hasta el final del marinismo, tampoco. Lo sorprendente es que, pese a ese pasado, lo mantuviera cerca y lo nombrara responsable de manejar la caja del estado.

El hermetismo oficial sobre las razones de su destitución no impide ver la trama de fondo: un subsecretario aislado en su propio equipo, el eco insistente de operaciones con factureras y la necesidad de cortar a tiempo para evitar que la sombra alcanzara al gobernador.

El timing no es casual: la salida se da cuando José Luis García Parra, coordinador general del gabinete, empieza a consolidar su poder interno y a colocar a su gente en posiciones clave. La Subsecretaría de Egresos ya no será refugio de viejos marinistas, sino plataforma de técnicos con historial probado en el Senado junto a Armenta.

En política, los ceses no sólo son castigos: a veces son señales.

La caída de Domínguez Amado envía un mensaje claro dentro y fuera del gabinete: las redes de corrupción toleradas en el pasado no tendrán cabida en un gobierno que, al menos en su narrativa, necesita blindar su legitimidad.

La pregunta que queda en el aire es si este portazo (o manotazo) cerró de verdad la era de los “moches” o si apenas fue un sacrificio quirúrgico para mantener intacto el equilibrio del poder.

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