La Tormenta Tropical Jerry no solo trajo lluvia: expuso un sistema de prevención que no previene, una estructura de respuesta que no responde y un modelo de gobierno más atento a la foto que al desastre. En la Sierra Norte, la naturaleza hizo su parte; el resto fue negligencia.
Sierra Norte — El agua no llegó sin aviso. Lo que no llegó fue la alerta oportuna de los organismos de Protección Civil municipal y estatal. Mientras los radares marcaban intensidades críticas desde el miércoles, los avisos oficiales eran tímidos, burocráticos, tardíos. En las madrugadas del miércoles, jueves y viernes, mientras dormían los habitantes de viviendas enclavadas en laderas frágiles, el aguacero transformó la montaña en ruina. Lo que eran afluentes tranquilos se volvieron torrentes ciegos; lo que eran senderos se convirtieron en abismos. Tres regiones —la Sierra Norte, la Sierra Nororiental y la Sierra Negra— quedaron al borde del colapso. Hasta ahora, 9 personas han muerto, 8 siguen desaparecidas y más de 80 mil viven entre el lodo y la pérdida total.
La magnitud del desastre no cabe en cifras. 25 municipios devastados, 4 ríos desbordados, 13 carreteras colapsadas y 60 refugios improvisados apenas resumen la dimensión de lo ocurrido. Las laderas que por generaciones sostuvieron pueblos enteros se deslizaron como si devolvieran una deuda. El puente que conectaba Papaloctipan con Plan de Ayala ya no existe; la Junta Auxiliar de Papaloctipan permanece aislada, sin paso alterno por Tlaxco, Jalpan o Plan de Ayala. La geografía, antaño orgullo de resistencia, se volvió trampa mortal para los olvidados del desarrollo.
En Xicotepec de Juárez, la tragedia tomó otro rostro: el de la contaminación. Comunidades como La Ceiba, San Agustín, Villa Ávila Camacho y San Pedro Ixtlán quedaron sobre un río envenenado. Una tubería de Pemex cedió ante la presión del agua, y el río San Marcos se volvió una corriente tóxica de hidrocarburo. El hospital local se inundó. Las brigadas improvisaron diques de contención, pero el daño ya es estructural. Cuando el agua se retire, lo que quedará no será solo lodo: será la evidencia de que Pemex opera infraestructura crítica en zonas donde la naturaleza avisa y el Estado no escucha.
En Huauchinango, la escena roza la tragedia griega. Cuatro personas murieron, ocho desaparecieron y un dique cedió parcialmente, derramando petróleo sobre el mismo río San Marcos. Las autoridades presumen la recuperación de 100 mil litros de combustible, pero el número es más un titular que un logro: la contaminación sigue fluyendo. Los barrios de El Paraíso, La Palapa y Cuaxicala permanecen bajo el agua. En el Recinto Ferial, convertido en albergue, cientos de familias duermen en el suelo, bajo techos húmedos, rodeadas por la indiferencia institucional. Afuera, retroexcavadoras abren paso al auxilio que no alcanza.
El municipio de Francisco Z. Mena muestra el rostro más crudo del abandono. El río Pantepec partió al municipio en pedazos, incomunicando comunidades enteras: Mecapalapa, Los Planes, La Máquina y La Pahua viven en oscuridad literal y simbólica. No hay energía, no hay señal, no hay camino. 500 personas fueron evacuadas de Carrizal Nuevo y Carrizal Viejo, sin saber si volverán a algo más que los restos de sus casas. La ayuda llega a cuentagotas, y la maquinaria estatal parece moverse con la misma lentitud que la burocracia que la administra.
En Pahuatlán, Xolotla llora 2 muertos y 2 desaparecidos. En Naupan, Tlaxpanaloya registra 2 fallecidos y una vivienda sepultada. En Tlacuilotepec, La Joya suma otro muerto y otro puente derrumbado. Pantepec evacuó 500 personas. Estas cifras no son estadísticas: son biografías truncadas por el abandono, nombres que no figuran en los informes ni en las conferencias de prensa.
Las regiones de Zacatlán, Cuetzalan, Ciudad Serdán, Mixteca y la Sierra Negra enfrentan el mismo drama, sin micrófonos ni reflectores. En Zapotitlán de Méndez, la maquinaria abre caminos como si cavara tumbas entre el lodo. En Coyomeapan, Ajalpan, Chiautla de Tapia y San Sebastián Tlacotepec, las solicitudes de ayuda estatal se extravían entre oficios, sellos y promesas. El Estado llega tarde, y cuando llega, llega a posar.
Cuando la respuesta es discurso: el espejismo del auxilio
El gobierno presume reacción. SEDENA, SEMAR, Guardia Nacional y Protección Civil desplegaron helicópteros, lanchas y cuadrillas de rescate. El Gobierno de Puebla habilitó 60 refugios temporales y coordinó operativos. Todo suena bien en boletines. Pero en tierra, los testimonios contradicen el guion oficial: la ayuda no alcanza, las comunidades permanecen aisladas, los refugios improvisan sin recursos. La solicitud urgente de más helicópteros y maquinaria pesada es una confesión disfrazada de gestión: el Estado no estaba preparado. Nunca lo está.
Los caminos destruidos y los puentes colapsados no son solo consecuencia del clima: son la factura de años de desinversión, corrupción y desinterés en la montaña. Jerry no derrumbó la infraestructura: la terminó de exhibir. La prevención nunca fue prioridad; los presupuestos para mitigación siempre fueron simbólicos. Las alertas no funcionaron porque los sistemas están rotos o vacíos. En muchas alcaldías, Protección Civil es un escritorio, no una institución.
El derrame de Pemex en el río San Marcos representa más que un accidente: es un crimen ambiental anunciado. Los ductos que cruzan las montañas operan sobre grietas, pero las empresas estatales y las autoridades locales optaron por la negación preventiva. La recuperación de 100 mil litros de combustible no es éxito: es un maquillaje. El resto se filtra ahora en los mantos que beben las comunidades, mientras el discurso oficial se disuelve como la mancha que nadie quiere ver.
Los 38 municipios afectados no solo comparten la desgracia, comparten una herencia: la del abandono político. En la Sierra Norte, el bienestar prometido se desmoronó junto con los cerros. La llamada “montaña del bienestar” —esa metáfora de progreso usada por los gobiernos recientes— se vino abajo ante la primera tormenta seria. Jerry fue el pretexto natural para exponer una catástrofe social: la de un Estado que confunde la gobernanza con la propaganda y la emergencia con oportunidad mediática. Lo que cayó en Puebla no fue solo lluvia: fue la máscara de un sistema que, una vez más, no estuvo donde debía.
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