El proceso interno del PAN en Puebla confirmó lo que muchos militantes ya denunciaban: Mario Riestra Piña ha convertido la dirigencia estatal en un aparato de control político donde la democracia interna se diluye entre acordeones, renuncias y favoritismos. El supuesto relanzamiento del partido se transformó, en tierras poblanas, en un ejercicio de imposición y exclusión.
Puebla de Zaragoza, Pue. — En la reciente asamblea estatal, Mario Riestra y Genoveva Huerta Villegas se aseguraron un lugar dentro del Consejo Nacional del PAN, mientras en Puebla se imponía una lista de consejeros estatales elaborada desde la cúpula. Lo que debía ser una jornada democrática terminó siendo un operativo político diseñado para consolidar el poder del dirigente y blindar su permanencia.
Minutos antes de la votación en el Salón Country, personal cercano a la dirigencia estatal repartió acordeones con los números de los candidatos “oficiales” para orientar el voto de los asistentes. Esta maniobra, visible y premeditada, exhibió la manipulación del proceso y generó un bloque de renuncias sin precedente.
Al menos 20 panistas —entre ellos Guadalupe Leal Rodríguez, Pablo Montiel Solana y el exalcalde Adán Domínguez Sánchez— anunciaron públicamente su renuncia a las candidaturas al Consejo Estatal y Nacional, denunciando irregularidades, presiones y el control absoluto de Riestra sobre el proceso. Muchos de ellos han sido cercanos a Eduardo Rivera Pérez, exalcalde de Puebla y aspirante a la gubernatura, lo que revela un trasfondo político de depuración interna.
El panista Fernando Sarur Hernández acusó que la manipulación responde al interés de Riestra por extender su mandato tres años más, para lo cual busca colocar a sus incondicionales en las consejerías que decidirán el futuro del partido en el estado. Lo que antes se consideraba un bastión de oposición se ha convertido en un espacio de lealtades verticales, donde la militancia crítica es marginada o cooptada.
Paradójicamente, la fractura del panismo poblano ocurrió apenas un día después del relanzamiento nacional de Acción Nacional, celebrado el 17 de octubre en la Ciudad de México, donde se prometió “abrir el partido a la ciudadanía y regresar a sus principios democráticos”. En Puebla, sin embargo, la realidad fue otra: un cacique moderno que distribuye cargos y controla votos bajo el disfraz de renovación.
De los que renunciaron, algunos fueron reconocidos como consejeros vitalicios, como Enrique Guevara Montiel y Roberto Grajales, por su trayectoria de más de 20 años en el partido. Otros, como Ana María Jiménez Ortiz y Francisco Mota, fueron reincorporados de manera excepcional, en un intento por mitigar el descontento interno. Pero el daño ya estaba hecho: el proceso exhibió la fragilidad institucional y la concentración del poder en manos de una sola corriente.
Hoy, el PAN en Puebla atraviesa una de sus crisis más profundas. Mientras Riestra presume control, el partido pierde credibilidad, militantes y cohesión. La democracia interna —aquella que Acción Nacional enarbola como bandera— se ha convertido en una simulación dirigida desde la cúpula, con un solo beneficiario: Mario Riestra Piña.

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