Mientras el alcalde Pepe Chedraui se fotografía juramentando nuevos policías, Puebla se hunde —literal y simbólicamente— entre baches, balaceras y cifras maquilladas. En la superficie, el pavimento se resquebraja; debajo, la confianza ciudadana también.
Una imagen resume la gestión municipal: una cuadrilla tapando un bache frente a cinco más que brotan alrededor, como si la ciudad misma se burlara del esfuerzo. Esa escena, repetida hasta el cansancio en colonias y avenidas, es la metáfora perfecta de una capital que parece haberse perdido bajo el gobierno de Chedraui.
No son las lluvias las culpables. El deterioro es constante, y no solo en el pavimento, sino también en la credibilidad del relato oficial. La Contraloría Municipal presume cientos de supervisiones de bacheo, pero la ciudad, más allá de las vías primarias, vive sumida en el lodazal del abandono. En el mejor de los casos, los parches duran lo que un discurso. En el peor, se convierten en trampas de llantas, metáfora exacta del rumbo de la ciudad: improvisación sobre huecos viejos.
El problema no es solo vial, sino moral y político. Lo mismo ocurre con la violencia: dos ataques armados en menos de 12 horas mientras el presidente municipal celebra la graduación de 37 nuevos cadetes. En los comunicados oficiales, los homicidios dolosos “disminuyen”. En la calle, las sirenas y los disparos siguen marcando el pulso real. Es el mismo guión con distinto escenario: tapar un hoyo o declarar victoria frente a la delincuencia, antes de que el pavimento se vuelva a hundir.
En Barranca Honda, una pareja fue ejecutada dentro de su camioneta; en Bosques de Santa Anita, tres hombres fueron baleados. Aun así, la narrativa institucional insiste en que “la percepción de seguridad mejora”. Lo que mejora, en realidad, es la habilidad para administrar la negación. En los informes, todo avanza; en los barrios, colonias y juntas auxiliares, la vida se atasca.
La Puebla de hoy se promociona como “imparable”, pero los hechos la muestran detenida entre baches, robos y homicidios. Los problemas se multiplican mientras el gobierno municipal flota en una dimensión paralela, donde todo se resuelve con ceremonias, videos y conferencias. Es un bucle perverso: la calle vive una realidad y el poder se aplaude a sí mismo en otra.
El verdadero reto del alcalde no está en sumar cadetes ni en medir metros cuadrados de bacheo, sino en mirar de frente lo que su administración no quiere ver: que el pavimento y la confianza ciudadana se desmoronan al mismo ritmo.
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