A orillas de la autopista México-Puebla, un presunto asaltante fue quemado vivo por un grupo, primero, enfurecido, que después reía al ver arder al presunto delincuente. No fue justicia. ¿Qué fue? ¿Desesperación? Un acto brutal que refleja el hartazgo de un país donde la ley se esfuma y la violencia la reemplaza.

Puebla de Zaragoza, Pue.- Las imágenes son aterradoras. En el video se observa a un hombre envuelto en llamas, retorciéndose mientras un grupo observa, grita, graba y ríe. Según versiones no oficiales, el sujeto había asaltado repetidamente a transportistas en la zona de la autopista México-Puebla, a la altura de Tlaxcala y Puebla. También se le atribuía el asesinato de al menos tres choferes. Pero no hubo investigación ni proceso judicial. Hubo fuego.

En este rincón del país no se aplicó la ley. Se desató la rabia. Un acto colectivo, visceral, que deja claro que muchos ya no creen en las instituciones. No fue un juicio. No fue justicia. Fue desesperación envuelta en llamas.

Este no es un hecho aislado. Es la evidencia cruda de una nación donde la ausencia del Estado ha normalizado el crimen y, cuando se puede, la gente toma justicia por su cuenta. En esa ausencia, los criminales actúan con libertad y las autoridades, cuando llegan, solo documentan lo que quedó. Si llegan.

Quemaron a un hombre señalado como criminal. Pero con él, ardió un fragmento de lo que aún sostenía la idea de civilización en México. El acto habla más del país que del hombre. El pueblo ya no exige justicia: exige venganza. Y la venganza, cuando se convierte en norma, no distingue culpables de inocentes.

Hoy fue un presunto asaltante. Mañana, ¿quién decide quién merece arder?