Este sábado 10 de mayo comenzó en Suiza una de las rondas diplomáticas más decisivas del orden económico contemporáneo: Estados Unidos y China retomaron el diálogo sobre una guerra comercial que se ha vuelto global.
InfStockMx, GINEBRA — Pero esta no es una simple mesa de negociación. Es, en realidad, el escenario donde Xi Jinping esperaba colocar al trumpismo: atrapado entre sus propios errores estratégicos frente a un adversario que dominó con frialdad el arte de la guerra a través de la dependencia global.
Xi Jinping se preparó para esto. Cuando Donald Trump lanzó su ofensiva arancelaria contra los productos chinos, creyó que podía doblegar al régimen de Pekín con sanciones económicas. Lo que no entendió fue que esa guerra comercial era el terreno ideal que Xi venía cultivando desde mucho antes: una confrontación que no se ganaría con tarifas, sino con la estructura misma de las cadenas globales de suministro.
Ahora, con los aranceles mutuos escalando hasta el 145% por parte de EE.UU. y el 125% por parte de China, el daño comienza a ser evidente, sobre todo para el gigante norteamericano. Washington enfrenta inflación, incertidumbre empresarial y presión política interna, Pekín llega con mayor cohesión, márgenes de acción extendidos y el respaldo de un mapa económico mundial que se ha desplazado silenciosamente hacia Asia, Eurasia y África.
“Debemos reforzar la dependencia de las cadenas de producción internacionales de nuestro país”, dijo Xi en 2020 ante la Comisión Central de Asuntos Financieros y Económicos. No fue una advertencia, sino una hoja de ruta. En plena pandemia, mientras el mundo dependía de China para mascarillas, analgésicos y chips electrónicos, Beijing consolidaba su posición como proveedor irremplazable.
Hoy, las consecuencias del exabrupto arancelario de Trump están en la mesa de Ginebra. Mientras He Lifeng, viceprimer ministro chino, y Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, intercambian posturas, el telón de fondo es el siguiente: la economía global está siendo reordenada, pero no por Trump. Irónicamente, el presidente que prometió hacer a América grande otra vez, ha dejado a su país en una posición reactiva, debilitada por la improvisación y la nostalgia industrial.
Para Xi, esta es la escena que diseñó: un Estados Unidos acorralado por sus propios aranceles, un sistema global cada vez más interdependiente de China, y un liderazgo chino capaz de negociar desde la fortaleza, no desde la defensa. Si el trumpismo creía que podía imponer su voluntad al resto del mundo, ahora debe enfrentarse a una realidad donde la interdependencia global ya no le pertenece.
Las negociaciones continuarán el domingo. Pero más allá de si hay o no avances inmediatos, el hecho histórico ya está registrado: Xi Jinping ha logrado sentar a Estados Unidos en una mesa que él mismo construyó. Y lo hizo con paciencia estratégica, no con discursos incendiarios. En ese contraste, radica la derrota silenciosa pero profunda del proyecto geoeconómico de Trump.
Imagen: Xinhua
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