Este 10 de mayo, México no celebró. Marchó. Gritó. Lloró. En lugar de flores, hubo fichas de búsqueda. En lugar de abrazos, reclamos al Estado. Y en lugar de justicia, una vez más, hubo silencio.
CDMX/Puebla de Zaragoza, Pue.- En Puebla, las madres no recibieron serenatas, tristes cargaron pancartas y consignas. El colectivo Voz de los Desaparecidos, encabezado por María Luisa Núñez, partió de la Fiscalía General del Estado rumbo al Zócalo capitalino. Antes de llegar al Árbol de la Esperanza, hicieron una parada ante la Comisión de Búsqueda. “Seguimos solas, seguimos cavando con las uñas”, dijeron. No era metáfora: muchas literalmente han excavado con las manos para encontrar huesos.
Ya en el Zócalo, María Luisa recordó a Esmeralda Gallardo, madre buscadora asesinada mientras investigaba la desaparición de su hija. No murió en un operativo. Murió por buscar justicia en un país donde hacerlo es sentencia de muerte.
El gobernador de Puebla, Alejandro Armenta, anunció que se reunirá con las madres buscadoras “la próxima semana”. Reiteró su respaldo, pero en voz baja se oyó la respuesta de las madres buscadoras: “Ya se verá”. En Puebla, como en todo México, los gobiernos han hecho de la espera un protocolo de desgaste, de la reunión una estrategia para la foto, y del dolor una estadística administrada.
”Claudia rompe el pacto de impunidad”
Mientras tanto en la Ciudad de México se desarrollaba la XIII Marcha de la Dignidad Nacional Madres Buscando a sus Hijos, Hijas, Verdad y Justicia, se escuchaba una consigna clara: “Este día no es de fiesta, es de lucha y protesta”. Avanzaban desde el Monumento a la Madre hasta el Ángel de la Independencia pegando rostros de personas desaparecidas. Uno por uno. 127 mil y contando.
Al finalizar, Vivir Quintana cerró el evento con su voz, pero no con esperanza. Las madres buscadoras, la mayoría sin apoyo institucional, pidieron a Claudia Sheinbaum que rompa el pacto de impunidad con el crimen organizado y que acepte la ayuda internacional, especialmente del Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU.
“Señora Presidenta: no basta con negar la realidad. Hace falta voluntad política. Y esa empieza por dejar de proteger a quienes perpetúan la desaparición forzada como práctica sistemática en México”, leyó Diana Iris García en nombre del colectivo FUNDEC-FUNDEM.
En pleno Día de las Madres, los colectivos hicieron una acusación directa: el Gobierno de México es cómplice por omisión, por negligencia y por conveniencia. Bajo el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el número de desaparecidos pasó de 60 mil a más de 127 mil. “No estamos en guerra, pero las cifras dicen otra cosa”, declaró Diana García.
Guadalupe Fernández, madre que busca a su hijo desaparecido desde hace 16 años, fue clara: “Quizá el gobierno no da la orden, pero sí permite que ocurra. Es responsable por aquiescencia”. Como ella, miles han tenido que investigar, buscar, denunciar y excavar por cuenta propia. Porque el Estado mexicano, en lugar de garantizar justicia, les responde con indiferencia o criminalización.
Claudia Sheinbaum se ha deslindado de las conclusiones del Comité de la ONU. Ha negado que el Estado sea responsable. Y ha propuesto reformas a la Ley de Víctimas sin consultar a quienes buscan a los desaparecidos. “Nos quiere cambiar la ley sin escucharnos. No somos ignorantes”, respondió una madre. Otra añadió: “Creímos en ella por ser mujer, madre, hija. Pero no respondió a la altura”.
Las víctimas exigen un mecanismo independiente con apoyo de la ONU, una reestructuración real de la Fiscalía General de la República y juicio a los responsables institucionales. No exigen caridad. Exigen lo que el Estado les debe por derecho: verdad, justicia y reparación.
Puebla, epicentro del abandono
En Puebla, como en muchas entidades, la búsqueda es un acto de resistencia y de autodefensa. La fiscalía estatal, plagada de omisiones; las comisiones de búsqueda, desmanteladas o rebasadas. Las cifras siguen subiendo. La esperanza, en cambio, decrece.
Las madres de Puebla marcharon este 10 de mayo sin música ni flores. Solo con los rostros de sus hijos colgados al cuello y una certeza cada vez más dolorosa: en México, ser madre es también buscar entre la tierra, entre escombros, entre fosas clandestinas.
Y mientras tanto, el Estado sigue sin mirar. En este país, la indiferencia institucional también desaparece personas.
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