Hay algo profundamente irónico —y peligroso— en el estado actual del mundo. Mientras Donald Trump proclama un “reinicio total” con China desde Suiza, el verdadero reinicio ocurre en otra parte: en Beijing, donde Xi Jinping traza el mapa del siglo XXI, con paciencia imperial y visión de largo aliento.

Editorial

|Región Global

Trump celebra, pero no lidera. Negocia, pero no decide. Habla, pero no sabe. Su retórica MAGA es la última exhalación de un modelo agotado, atrapado en la nostalgia industrial de los años 50, como un vendedor de espejos que ya nadie necesita.

Estados Unidos, bajo la doctrina del nacionalismo trumpista, ha perdido la brújula geoeconómica. El mundo ya no gira alrededor de Washington. Lo entendieron los BRICS, lo entendieron los europeos, lo entendió incluso África. Solo Trump no lo entiende. Mientras él festeja titulares huecos, China avanza: en comercio, en inteligencia artificial, en diplomacia. En este tablero global, Trump juega damas; Xi juega go.

Y mientras las superpotencias se miden con retórica y tratados, en México se libra otra guerra. Menos televisada, pero más sangrienta. En Sinaloa, niñas mueren en sus casas y los convoyes del narco circulan con impunidad. ¿Dónde está el Estado? Pacta, desaparece o se rinde. En Puebla, el gobernador Armenta habla de transformación mientras los municipios son feudos familiares, trincheras de caciques con disfraz de políticos. La corrupción no es el obstáculo al poder; es su forma de ejercicio.

Y en el Día de las Madres, miles de ellas en México no recibieron flores: cavaron con las manos para buscar huesos. La frase no es metáfora. Es testimonio. Es grito. Es diagnóstico de una nación rota por la impunidad, donde los desaparecidos no se cuentan en cifras, sino en miles de silencios y lágrimas.

Mientras tanto, el nuevo Papa —sí, el Papa León XIV— se recluye en oración en Genazzano. En un mundo desquiciado, su gesto parece lo único lúcido: confiar en el Buen Consejo porque los malos consejos dominan los palacios, las casas blancas, los palacios nacionales y municipales.

Este no es solo un momento de crisis. Es un momento de dislocación. Las élites políticas viven en una realidad paralela: Trump jugando a la guerra fría, Armenta tratando de poner orden en esto de gobernar, y Claudia Sheinbaum declarándose humanista mientras México sangra por las heridas.

La distancia entre el discurso y los hechos se ha vuelto abismal. Tal vez el verdadero reinicio, no sólo del que habla Trump, está en las calles, en los gritos de las víctimas que nadie escucha, en las fosas. O en el silencio de la inconformidad.