En Beijing, el Foro China-CELAC celebró su cuarta reunión ministerial con anuncios contundentes: una nueva línea de crédito por 10 mil millones de dólares en yuanes, exenciones de visado para cinco países latinoamericanos, y el impulso a una comunidad de destino compartido basada en solidaridad, infraestructura y soberanía financiera.

Región Global | Editorial — Mientras tanto, México se autoexcluyó de la escena: envió a un canciller (Juan Ramón de la Fuente) sin peso, sin propuesta, sin relevancia.

La escena no es anecdótica. Es real. Mientras China redefine su relación con América Latina como parte de una estrategia global multipolar, México se hunde en un extravío geoestratégico sin precedentes. No hay liderazgo regional, no hay autonomía institucional, no hay crecimiento económico, y lo que es peor: no hay una visión de futuro.

China legisla, planifica y ejecuta una arquitectura legal para resistir un conflicto de largo plazo con Estados Unidos. La sesión del Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional aprobó leyes que blindan sus sectores estratégicos, controlan datos sensibles, protegen infraestructura crítica y articulan soberanía digital y financiera. China se prepara para gobernar un mundo hostil.

México hace lo contrario: desmantela sus instituciones democráticas, captura el poder judicial, desaparece contrapesos, sabotea la rendición de cuentas y pretende censurar las ideas y la libre expresión. El país se dirige hacia un régimen de partido único, autocrático, sostenido por clientelas, miedo, dinero opaco y control mediático. No hay estrategia legislativa, solo imposición facciosa.

La línea de crédito en yuanes para América Latina no es filantropía. Es un instrumento de desdolarización y autonomía. China entiende que el Sur Global necesita romper con la dependencia financiera de las instituciones de occidente (FMI, Banco Mundial). Y actúa. Mientras tanto, México sigue atrapado en el T-MEC, sin agenda propia, sin alternativas, sin inserción en nuevas cadenas globales de valor. La oportunidad del "nearshoring" ya se perdió: no hubo política industrial, ni infraestructura, ni Estado de derecho.

Desde 2019, el PIB mexicano ha crecido menos de 1% anual. Las proyecciones hasta 2030 no superan el 1.2%. El empleo crece solo en la informalidad, mientras la inversión pública en infraestructura colapsa. La deuda y el déficit fiscal como porcentaje del PIB están en aumento. Pero el discurso oficial dice que "vamos bien" porque hay poco desempleo. La economía informal es la única que crece y sostiene a millones.

En paralelo, el crimen organizado continúa imponiendo su “ley” en regiones enteras del país. A la gobernadora de Baja California le retiraron la visa estadounidense; los mandatarios de Sinaloa, Tamaulipas, Colima, Sonora y otros están bajo observación por presunta colusión con el narco. La SCJN está al borde de ser tomada por el oficialismo. La violencia y la impunidad se han vuelto estructurales.

México sin voz, sin influencia, sin rumbo

En la reciente cumbre del Foro China-CELAC, México no lideró, no propuso, no figuró. Mientras Colombia se integra a la Iniciativa de la Franja y la Ruta y mientras China expande su influencia mediante proyectos de infraestructura y conectividad regional, México se consume en disputas internas, obsesionado con el control del Poder Judicial, la propaganda política y la captura total del Estado. No se trata ya de una revancha ideológica: es una estrategia desesperada para sobrevivir a su propia corrupción e ilegalidad.

El mundo avanza a toda velocidad. La revolución tecnológica, la carrera por el Indo-Pacífico, la reconfiguración financiera global, la guerra en Europa, el ascenso de India, la pugna estratégica entre China y Estados Unidos... Todo está cambiando. Todo, menos México. Atrapado en un modelo de centralismo autoritario, clientelar y decadente, el país no solo pierde oportunidades: está dinamitando su porvenir y sacrificando el de las próximas generaciones.

China emerge como arquitecta del Sur Global. México se repliega en su irrelevancia. Ya no inspira. Ha elegido un modelo de poder cerrado, vertical, disfuncional y profundamente corrupto. Un país que se niega a entender el mundo no solo queda atrás: se convierte en un obstáculo para el desarrollo de su propia gente.