Mientras misiles impactan en Haifa y Rasht, y la ONU lanza una advertencia urgente, el conflicto entre Israel e Irán entra en su segunda semana con un nuevo peligro: la posible intervención directa de Estados Unidos.
GINEBRA / HAIFA / TEHERÁN — El conflicto entre Israel e Irán ha cruzado una nueva línea roja. En el octavo día de hostilidades, una andanada de 35 misiles iraníes impactó diversas zonas del norte de Israel, dejando al menos 17 heridos —tres de ellos graves— y afectando incluso una mezquita en el centro de Haifa, donde se encontraban presentes varios clérigos. La ciudad portuaria fue uno de los principales blancos del ataque, cuyas secuelas se evidencian en edificios dañados cerca del puerto y escombros en calles residenciales.
La respuesta israelí no se hizo esperar. El ministro de Defensa, Israel Katz, ordenó intensificar los bombardeos sobre instalaciones militares iraníes, incluyendo fábricas de misiles, centros de investigación y baterías antiaéreas en el suroeste de Irán. Uno de los objetivos alcanzados fue un complejo industrial en Sefid-Rud, cerca del mar Caspio, en lo que representa una expansión geográfica de los ataques israelíes hacia el norte del territorio iraní.
Mientras se libra esta nueva fase del conflicto, representantes europeos intentaban en Ginebra sostener abierta la frágil vía diplomática. Allí se reunieron los cancilleres de Francia, Alemania, Reino Unido y la jefa de política exterior de la UE, Kaja Kallas, con el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi. Aunque Teherán aceptó oír a los europeos, dejó claro que no dialogará con Estados Unidos, a quien calificó como "cómplice de este crimen".
Araghchi reiteró que Irán no negociará hasta que Israel detenga sus ataques, cerrando así la ventana que el presidente Donald Trump intentó abrir un día antes, al posponer dos semanas la decisión de intervenir militarmente junto a Israel.
Esta prórroga ha frustrado a la dirigencia israelí, que esperaba un apoyo aéreo inmediato de EE.UU. para destruir instalaciones nucleares subterráneas que, según sus estimaciones, son inalcanzables para su propio arsenal. Ahora Israel debe decidir entre esperar a Washington o arriesgarse a atacar con recursos propios.
El secretario general de la ONU, António Guterres, convocó de emergencia al Consejo de Seguridad para advertir sobre la gravedad del conflicto. "La expansión de este conflicto podría encender un fuego que nadie podrá controlar", dijo ante la prensa y luego en la red social X, instando a un alto al fuego inmediato.
Pese al llamado internacional, las hostilidades no ceden. En las calles de Teherán, miles de personas se manifestaron tras la oración del viernes, pisoteando y quemando banderas de EE.UU. e Israel. El ambiente recuerda los días más oscuros de confrontación entre ambas naciones en décadas anteriores, pero esta vez con un agravante: Irán posee ya una cantidad significativa de uranio enriquecido.
Fuentes de inteligencia estadounidense consideran que Teherán aún no ha tomado la decisión final de fabricar un arma nuclear, pero advierten que un ataque directo de EE.UU. o el asesinato del líder supremo iraní podría cambiar esa ecuación.
Desde el inicio de las hostilidades hace ocho días, Irán ha lanzado más de 520 misiles contra territorio israelí, según el secretario del gabinete del primer ministro Netanyahu. Las ciudades del sur, como Beersheba, han sido blanco frecuente, y la amenaza de una escalada regional crece.
En este contexto, la posibilidad de una "tercera vía" diplomática retrocede. Un acuerdo que limite el programa nuclear iraní lo suficiente como para satisfacer a Israel sin que Irán lo perciba como una rendición es ahora improbable. Mientras cada misil cae, el margen para el diálogo se reduce y el riesgo de una guerra abierta entre potencias se incrementa. Ni Teherán ni Jerusalén muestran signos de frenar. En Oriente Medio, el reloj de la guerra no se detiene; corre hacia el abismo.
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