Lo que antes eran amenazas latentes hoy se han convertido en hechos consumados. Israel ya no se limita a operaciones encubiertas contra Irán: lanza ataques aéreos masivos en pleno corazón de Teherán. Con ello, se confirma un giro decisivo en la doctrina militar israelí tras el ataque de Hamás en octubre de 2023.
Jerusalén / Washington — Durante años, Israel mantuvo un equilibrio precario con Hamás, Hezbolá e Irán. Toleró a Hamás en Gaza, contuvo a Hezbolá en Líbano y evitó un enfrentamiento directo con Irán. Eso terminó. Tras haber asesinado a líderes de Hezbolá y devastado el sur libanés, Israel lleva ahora la guerra al interior de Irán.
El primer ministro Benjamín Netanyahu lo dijo sin ambigüedades: “Estamos transformando el rostro de Oriente Medio”. La ofensiva israelí no solo ha debilitado a Irán militarmente, también ha fracturado sus alianzas regionales y consolidado a Israel como potencia dominante en la zona. Sin embargo, los objetivos estratégicos —destruir el programa nuclear iraní y provocar un cambio de régimen— aún no se han cumplido. Y podrían no lograrse.
Mientras tanto, Trump juega con fuego. No ha comprometido tropas estadounidenses, pero tampoco lo ha descartado. Presionado por Israel —que no cuenta con las bombas antibúnker ni la aviación necesaria para destruir sitios nucleares subterráneos—, el presidente estadounidense amenaza con intervenir.
El presidente ha sugerido incluso asesinar a Jamenei y exige una “rendición incondicional” de Irán. Pero eso, más que una estrategia, parece una escalada sin plan de salida. El Congreso debe actuar.
La Constitución de EE.UU. establece con claridad que sólo el Congreso puede declarar la guerra. Desde 2001, la Casa Blanca ha acumulado un poder militar casi discrecional, bajo el paraguas de la “guerra contra el terrorismo”. Pero Irán no es Al Qaeda, y este conflicto no puede librarse con ambigüedad legal ni autorización tácita.
Permitir que Trump arrastre al país a una nueva guerra sin debate legislativo sería repetir los errores de Irak y Afganistán. Y esta vez, con consecuencias aún más graves: una conflagración con un Estado soberano, con capacidad de represalia, y con múltiples actores regionales dispuestos a intervenir.
Si EE.UU. entra, no será una campaña limitada. Será una guerra regional. Y quizás, algo más.
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