La calma aparente de lunes se quebró en Los Ángeles con el estruendo de granadas aturdidoras y disparos de balas de espuma que encendieron el centro de la ciudad, transformando lo que comenzó como una protesta pacífica contra las redadas de deportación del presidente Trump en un hervidero de tensión política y social.
Los Ángeles, California. - La noche trajo consigo el despliegue de 2,000 efectivos adicionales de la Guardia Nacional y la sorpresiva llegada de 700 marines, enviados directamente por orden presidencial para reforzar el control sobre la ciudad.
Los manifestantes se agruparon inicialmente en las inmediaciones del Ayuntamiento y un edificio federal, donde la policía y la Guardia Nacional rodearon el perímetro con equipos antidisturbios, creando una postal que recordaba las imágenes de regímenes autoritarios más que las de una democracia consolidada. Mientras tanto, la multitud comenzó a dispersarse hacia el barrio de Little Tokyo, mientras la noche caía con un aire cargado de incertidumbre y desconfianza.
La decisión del presidente Trump de duplicar la presencia militar encendió la chispa en una ciudad que, hasta el lunes por la tarde, había visto manifestaciones mayoritariamente pacíficas y concentradas en unos pocos puntos estratégicos. El propio Trump había asegurado que la situación estaba “bajo control”, pero sus palabras chocaron con su discurso al llamar a los manifestantes “insurrectos”, un término que, como explicó un analista, abre la puerta a invocar la Insurrection Act de 1807 para utilizar tropas en activo contra ciudadanos estadounidenses.
El gobernador Gavin Newsom reaccionó con furia: calificó el despliegue de marines como “ilegal” y acusó al presidente de usar a los soldados como “peones políticos” para sembrar miedo y división. En una entrevista exclusiva con The New York Times, Newsom denunció que las tropas desplegadas el fin de semana tenían “poco que ofrecer” y que “no eran necesarias”, mientras su administración presentaba una demanda para frenar el despliegue inicial de 2,000 efectivos de la Guardia Nacional.
El arresto del líder sindical David Huerta, presidente del Service Employees International Union of California, el pasado viernes, encendió las protestas en Los Ángeles. Huerta, liberado bajo fianza de 50,000 dólares el lunes por la tarde, se ha convertido en un símbolo de la resistencia contra las redadas migratorias de la administración Trump. Su arresto provocó protestas en todo el país, desde San Francisco y Dallas hasta New York y Atlanta, con marchas y manifestaciones que, en la mayoría de los casos, se mantuvieron pacíficas pero desataron arrestos masivos y enfrentamientos esporádicos.
En el distrito de Mission en San Francisco, miles de manifestantes coreaban “Abolish ICE” mientras vecinos aplaudían desde balcones y azoteas. La noche anterior, más de 150 personas fueron arrestadas en esa misma ciudad tras un enfrentamiento violento con la policía. Mientras tanto, la tensión crece en Los Ángeles, donde desde el viernes se contabilizan al menos 150 arrestos.
En medio del caos, las banderas mexicanas y latinoamericanas ondearon como emblemas de identidad y resistencia. Para muchos manifestantes —ciudadanos estadounidenses de primera o segunda generación—, la bandera representa orgullo por sus raíces. Sin embargo, para la administración Trump, ondear estas banderas ha sido interpretado como un acto de insurrección, un estigma que busca deslegitimar la protesta.
Mientras el presidente Trump endurece su retórica y se prepara para usar la fuerza federal contra los manifestantes, Newsom ha advertido que la batalla legal apenas comienza. El gobernador calificó de abuso de poder el uso de marines y reiteró que las fuerzas estatales estaban listas para mantener el orden sin la intervención federal. “Los marines defienden la democracia, no son peones políticos”, sentenció Newsom en su cuenta de X (antes Twitter).
La tensión en las calles de Los Ángeles podría ser solo el preludio de un enfrentamiento institucional más profundo entre California y la Casa Blanca. Mientras la Guardia Nacional y los marines toman posiciones, la pregunta que recorre las avenidas es si la democracia estadounidense podrá resistir la tentación autoritaria que acecha tras cada paso de las botas militares.
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