La crisis que estalló en Los Ángeles tras las redadas de deportación ordenadas por el presidente Donald Trump y el despliegue de más de 4,000 efectivos de la Guardia Nacional y 700 marines ha encendido las alarmas entre los migrantes poblanos que radican en la ciudad.
Los Ángeles, California. - Desde el corazón de Little Tokyo hasta las calles aledañas al Ayuntamiento, los connacionales se debaten entre la angustia y la resignación: “Estamos bien, pero la cosa está fea. Nos vamos a ir de aquí”, confiesan.
A través de llamadas telefónicas y mensajes de voz, los migrantes contactados por Región Global expresan un temor latente: “No sabemos si mañana va a amanecer igual o si nos van a levantar en la calle”, dice José Luis, un obrero de la construcción originario de Atlixco. “Nos están revisando en las esquinas, la policía y los soldados están por todas partes. Se siente como si estuvieran cazando a la gente”.
El éxodo silencioso ya comenzó. Algunos admiten que planean salir de Los Ángeles esta misma semana: “No queremos que nos pase nada, estamos buscando irnos a Texas o regresar a México, porque aquí ya no hay seguridad”, relata María, empleada doméstica que vive en East L.A. con sus dos hijos. Su testimonio coincide con la versión de organizaciones de defensa de migrantes que reportan que decenas de familias poblanas han comenzado a empacar y a organizar redes de ayuda para salir del estado.
La tensión ha crecido tras el arresto del líder sindical David Huerta, quien fue detenido el viernes en las protestas contra las redadas y liberado bajo fianza el lunes. Su caso se ha convertido en un símbolo del hostigamiento a los activistas y migrantes, mientras el presidente Trump ha endurecido su retórica calificando a los manifestantes de “insurrectos”, en lo que muchos consideran un paso previo a invocar la Ley de Insurrección de 1807 para autorizar el uso de marines en las calles.
“Esto no es normal”, dice Rosa Icela, migrante poblana de Huejotzingo. “Yo llegué aquí hace 15 años y nunca había visto tanques ni soldados como si fuéramos enemigos. Nos sentimos como criminales”. Rosa Icela cuenta que su hijo de 17 años ha dejado de ir a la escuela por miedo a ser arrestado camino a clases.
En Puebla, las familias reciben mensajes contradictorios: “Unos nos dicen que están bien, otros que la cosa está fea, y otros que de plano se van a regresar”, narra Doña Lupita, madre de un migrante que trabaja en jardinería. La incertidumbre crece mientras la Casa de Representación del Gobierno de Puebla en Los Ángeles confirma que se han habilitado espacios temporales para alojar a migrantes en situación de riesgo.
Para muchos poblanos, el sueño americano se desdibuja entre el miedo y la nostalgia. “Nos vamos a ir”, repiten algunos. “Aquí ya nada es seguro”.
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