Alejandro Armenta se mostró disciplinado, cuidadoso y casi anecdótico al salir de la Octava Sesión Extraordinaria del Consejo Nacional de Morena. Con frases calculadas, y evadiendo el ¿por qué no asistió Andy López Beltrán?, el gobernador de Puebla alineó su discurso al eje del poder presidencial: Claudia Sheinbaum.

CDMX — En su aparición pública tras la sesión del Consejo Nacional de Morena, Alejandro Armenta hizo lo que se esperaba de él: enviar un mensaje sin fisuras de respaldo total al liderazgo presidencial. El gobernador de Puebla, también integrante del Consejo Político Nacional del partido, optó por un tono de cohesión, sin espacio para matices ni posicionamientos propios.

Se aprobaron cuatro temas. Y uno, un manifiesto de apoyo absoluto a nuestra presidenta la doctora Claudia Sheinbaum”, declaró Armenta. El énfasis no fue en la agenda política ni en propuestas estratégicas. El foco, y casi el único que subrayó, fue el respaldo a la jefa del Ejecutivo. Del resto de los acuerdos no dijo nada. La consigna estaba clara: cerrar filas.

Cuando se le preguntó por la presencia o ausencia de figuras clave como Andy López Beltrán, buscó desactivar cualquier interpretación crítica. “Estuvimos todos los dirigentes. No hay una lectura porque puede ser que cuando algún dirigente falta puede ser por un asunto de salud o un asunto de orden personal”. Lo que en otro contexto sería una omisión inocua, en este caso fue un esfuerzo deliberado por silenciar cualquier señal de polémica en torno al hijo del fundador de Morena y ex presidente, Andrés Manuel López Obrador.

El momento más revelador, sin embargo, llegó con un desliz informal. Al ser cuestionado sobre una reunión privada entre Javier May y Adán Augusto López, respondió con una risa: “No me di cuenta, pero ese detalle para la próxima te prometo estar pendiente”. Lejos de ser anecdótico, el comentario marca distancia respecto a dos figuras que han mantenido enfrentamientos y hoy protagonizan uno de los mayores escándalos de poder vinculado al crimen en México. La risa no disimula lo evidente: Armenta está fuera de ese círculo y se limita a observar.

Como en un libreto propagandístico, repitió la línea de aceptación popular: “Nuestra presidenta que es nuestro principal referente está bien evaluada por los mexicanos, cerca del 80% la evalúan bien”. Sin citar fuente, el dato cumplió su objetivo: reforzar el carácter incuestionable del nuevo liderazgo. En Morena, la aprobación se convierte en argumento de autoridad.

Luego insistió: “Los gobernadores cerramos filas en torno a nuestro partido y en torno a nuestra presidenta”. No habló de logros estatales ni de coordinación federal. Su papel en el Consejo fue simbólico: validar el ejercicio de poder partidista sin interferencias, sin dudas, sin agenda propia.

En redes sociales, el guión se mantuvo: “Reafirmamos nuestro compromiso con el fortalecimiento del movimiento para consolidar el segundo piso de la #CuartaTransformación”. Ni una palabra sobre Puebla. Ni una mención a los desafíos de gobernabilidad. El gobernador se diluyó en la narrativa nacional sin dejar huella personal.

Lejos de los márgenes donde hoy se juega el poder nacional, cuidadoso, Alejandro Armenta eligió quedarse en el centro, con el aplauso. Su mensaje, tan sencillo como disciplinado, revela algo más profundo: el nuevo régimen exige alineación absoluta. Y en ese nuevo orden, la lealtad se ha vuelto el único lenguaje permitido.