Bajo el brillo del superávit comercial, México enfrenta un deterioro silencioso de su balanza comercial: colapso petrolero, dependencia estadounidense, debilitamiento industrial y una economía cada vez más expuesta a shocks externos e incapaz de sostener su capacidad productiva interna.
Mexconomy — En junio de 2025, la balanza comercial de México arrojó un superávit aparente de 514 millones de dólares. Para una economía abierta, con amplias cadenas de valor globales, este dato podría parecer alentador. Pero un análisis minucioso revela fracturas que comprometen la estabilidad futura del modelo exportador mexicano. Bajo la superficie, se consolida un patrón de dependencia, desgaste industrial y concentración peligrosa.
Los datos del comercio exterior muestran un país excesivamente anclado a Estados Unidos: 84.14% de las exportaciones no petroleras tienen como destino ese único mercado. Esta concentración, lejos de ser fortaleza, representa una fragilidad. Los cambios en las condiciones económicas, políticas o comerciales de Washington podría paralizar el flujo externo de divisas hacia México. Pese al discurso sobre diversificación y apertura global, solo 15.86% de las exportaciones no petroleras se dirigen al resto del mundo, revelando una integración asimétrica que no ha evolucionado desde el TLCAN.
La situación energética es todavía más preocupante. Las exportaciones petroleras cayeron -30.4% respecto a junio de 2024, con un desplome acumulado semestral de -24.8%. México pasó de exportar 787 mil barriles diarios a apenas 520 mil, mientras el precio del crudo mexicano se redujo a 63.03 dólares por barril. Este descenso implica no solo menores ingresos, sino una pérdida estructural de peso energético en la balanza externa. La balanza petrolera, históricamente superavitaria, acumula ya un déficit de 2,467 millones de dólares. Importamos más petróleo del que exportamos: la capacidad de refinación nacional es insuficiente, y la autosuficiencia energética es cada vez más un mito.
El sector agropecuario, tradicional amortiguador del comercio en tiempos de crisis, también muestra signos de erosión. Las exportaciones agropecuarias cayeron -2.2%, con caídas severas en productos esenciales como cebollas y ajos (-34.7%), pepino (-28.2%) y jitomate (-13.7%). Aunque el aguacate creció 59.6%, su peso no alcanza a compensar el retroceso general. La concentración en unos pocos cultivos expone al campo mexicano a choques climáticos, comerciales y de precio, sin una política de diversificación real.
Más allá de los productos, la estructura misma del aparato productivo muestra vulnerabilidades. El 77% de las importaciones mexicanas son bienes intermedios: insumos, piezas, partes. Esto implica una fuerte dependencia de proveedores externos y una limitada producción nacional de componentes. La menor disponibilidad o encarecimiento de estos insumos puede paralizar industrias enteras. A esto se suma una caída de -8.4% en las importaciones de bienes de capital durante junio, y de -11% en el acumulado semestral. Este indicador es importante: su deterioro sugiere que la inversión productiva se está frenando, con consecuencias directas sobre el crecimiento potencial del país.
El caso del sector automotriz es sintomático. Aunque las exportaciones crecieron 4.5%, se trata de un ritmo significativamente menor al de años anteriores. Para una industria que representa más del 30% de las exportaciones manufactureras, esta desaceleración podría anticipar un ciclo de estancamiento. Más aún cuando el resto del sector manufacturero crece 18.5% pero sobre bases frágiles: encadenado a cadenas globales que no controla y cuya continuidad no está asegurada.
A pesar de la narrativa oficial, el superávit comercial no es señal de fortaleza sino de vulnerabilidad. En mayo fue de 1,232 millones de dólares; en junio apenas 514 millones. La mejora frente al déficit de más de 10 mil millones en 2024 se explica por factores extraordinarios, no sostenibles: reducción de importaciones por bajo dinamismo interno, reconfiguración de flujos logísticos o choques externos transitorios. No hay evidencia de una transformación estructural positiva.
México sigue atrapado en un modelo exportador de bajo valor agregado, alta dependencia y débil inversión. La bonanza comercial de 2025 es un espejismo: tras ella se esconde un sistema productivo cada vez más frágil, sin músculo interno ni proyección estratégica. Si no se corrigen estos desequilibrios estructurales —energéticos, comerciales, industriales—, el país quedará expuesto a una tormenta económica para la que no está preparado.
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