
Al final de enero, mientras el país dormitaba todavía entre cifras maquilladas de seguridad, El Prófugo se desvaneció. Salió de México un 26 de enero, cruzó Mérida, pasó por Panamá, tocó Madrid y llegó a Brasilia. Desde ahí, se deslizó hacia Venezuela, tierra donde fugitivos de Organizaciones aprenden a ser fantasmas, amparados por el Poder.
Lo buscan en 90 países. En Tabasco muchos lo reconocen como el hombre que patrullaba con uniforme de Estado y pacto de sangre. Fue el Secretario de Seguridad del que llaman El Jefe.
Mientras El Prófugo se escapaba, El Jefe recibía aplausos.
Hoy las palmadas y los abrazos lo han vuelto a revitalizar “¡No estás solo!”, se escuchan gritos a coro mientras el salón de un hotel de la capital se llena de respaldos, de banderas guindas y sonrisas. Es el día de El Jefe, heredero de una parte de ese testamento político.
“No me desaparecí”, respondía El Jefe a un reportero, antes de escabullirse entre puertas traseras y pasillos de alfombra.
Los únicos que no pueden escabullirse ni recibir aplausos, son los tabasqueños. Tabasco sufre el ascenso del 83% en la violencia criminal y las incontables extorsiones, desapariciones y cobros de piso son casi costumbre.
El Prófugo tras su ruta en pistas clandestinas y conexiones clasificadas que mueven voluntades transfronterizas, ha encontrado un remanso de paz.
La historia, en apariencia, es simple: un policía corrupto, un gobernador y un país como México. Pero la historia, en realidad, apenas comienza.
Es la república de los pactos y las lealtades donde la narrativa oficial se construye entre conferencias mañaneras y aplausos. Pero cada prófugo sigue como sombra a quien lo nombró y cada jefe carga con la huella de quien lo obedeció.
Al final, sólo un pequeño detalle: Siempre hay algo que se atraviesa en el camino, un ojo que todo lo ve y un oído que todo lo escucha.
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