Puebla carga con un lastre que ya está diagnosticado: 43.4 % de su población en pobreza, dos trimestres seguidos con la industria en números rojos y pérdida de más de 8,000 empleos eventuales en lo que va de 2025. El gobernador Alejandro Armenta tiene los datos y, con ellos, la hoja de ruta.
Los números no dejan espacio a la interpretación complaciente. Según el INEGI, Puebla es el quinto estado más pobre del país; casi la mitad de su población vive en pobreza multidimensional y cerca de uno de cada diez en pobreza extrema. Las cifras del empleo formal muestran un estancamiento: entre enero y julio de 2025 apenas se sumaron 4,002 plazas netas, mientras el empleo eventual —termómetro de la dinámica productiva— se desplomó en 8,000 puestos. En paralelo, la producción industrial se hundió -7.1 % anual en junio, con caídas severas en construcción, minería y manufacturas.
No se trata de inventar diagnósticos; ya existen y son públicos. Desde agosto de 2024, el Coneval había identificado a Puebla como parte de un corredor histórico de rezago junto a Oaxaca, Veracruz y Chiapas, donde la economía rural sigue dependiendo de agricultura de temporal y la conectividad vial es precaria: uno de cada cuatro municipios enfrenta un acceso deficiente a carreteras pavimentadas. La pobreza urbana crece en los cinturones periféricos de Puebla capital y Tehuacán, reproduciendo desigualdades incluso en entornos con mayor actividad económica.
En este contexto, el discurso de “marcas poblanas”, “economía social”, “orgullo regional” que impulsa Armenta corre el riesgo de convertirse en un recurso narrativo vacío si no se traduce en indicadores medibles: cuántos productores se benefician, cuáles son las ventas reales, cuántos empleos se generan y cómo se distribuyen las utilidades..
Ya no hay lugar para la improvisación. El gobernador tiene en la mesa la hoja de ruta: 1) romper el aislamiento territorial con inversión en infraestructura vial y logística; 2) diversificar la base productiva más allá de la manufactura automotriz, hoy en retroceso; 3) fortalecer la seguridad social, principal carencia en Puebla; 4) elevar el acceso a salud y educación de calidad; 5) diseñar políticas públicas con datos, no con discursos. Sin esto, cualquier modelo —sea comunitarista o empresarial— quedará atrapado en el mismo pantano estadístico.
El dilema del gobernador Alejandro Armenta no es escoger entre un socialismo local o un neoliberalismo importado, sino decidir si gobernará para maquillar la inercia con símbolos o para enfrentar la realidad con resultados duros y verificables. Tiene margen político y presupuesto suficiente para mover el tablero, pero el reloj económico y social corre: cada trimestre perdido clava más hondo el rezago y cada cifra negativa abre una grieta en su narrativa.
La oportunidad de romper el ciclo está ahí. La pregunta es si Armenta quiere ser recordado como el gobernador que cambió la ecuación… o como quien tuvo el mapa en la mano y decidió seguir “contando un cuento”.
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