🧪 La sucesión en el PRI poblano revela la descomposición nacional del partido: fracturas internas, regreso de cacicazgos y ruptura de alianzas. El tricolor se encamina a ser un actor testimonial o satélite de Morena. ⚠️ Puebla es la probeta perfecta rumbo a 2027.
RG Revista — Puebla se ha convertido en el laboratorio político donde se ensaya la descomposición interna del Partido Revolucionario Institucional (PRI). A la ruptura con el PAN, la salida inminente de su actual dirigente estatal y el intento de reestructuración territorial, se suma la reaparición del marinismo como fuerza viva dentro del partido. Todo esto en vísperas de una elección intermedia donde el tricolor llegará dividido, sin alianzas y con sus estructuras desgastadas.
A mediados de julio de 2025, durante una reunión con liderazgos estatales encabezada por Jorge Armando Meade, el PRI anunció que competirá sin coalición en las próximas elecciones locales. La decisión, avalada por el Comité Ejecutivo Nacional en voz de Meade, responde a una lógica de “reconstrucción interna”, que prioriza la instalación de comités municipales y la unidad partidista.
Pero detrás del discurso orgánico se esconde una verdad cruda: el PRI poblano no tiene alianzas viables, ni cohesión interna. El anuncio de que irá solo, lejos de fortalecer su posición, anticipa una contienda testimonial, sin competitividad real, y deja al PAN sin socio electoral visible.
El acto de respaldo del CEN al senador Néstor Camarillo y a Delfina Pozos Vergara como presidente y secretaria general del Comité Directivo Estatal fue solo un espejismo. Aunque formalmente se les ratificó, la salida de Camarillo es considerada inevitable, y su continuidad depende de una sola persona: Alejandro Moreno.
Mientras tanto, Delfina Pozos ya se ha destapado para sucederlo. En conferencia de medios, la diputada local confirmó que competirá por la dirigencia estatal en el proceso interno previsto para septiembre, y reivindicó su trayectoria como secretaria general desde 2023.
Pero su candidatura, aunque legítima, carece de blindaje político: no controla estructuras municipales ni posee una base territorial propia. En un partido tan fraccionado como el PRI poblano, esa debilidad es determinante.
Regresa el marinismo-armentismoComo anticipó Región Global en marzo pasado, el bloque marinista-armentista se alista para recuperar el control del partido que durante décadas dominó la política poblana. Vinculados al exgobernador Mario Marín —y hoy, de forma más soterrada, al actual mandatario Alejandro Armenta Mier—, sus principales operadores ya están en movimiento:
- Lázaro Jiménez Aquino, exdiputado federal y exsubsecretario en el sexenio marinista, exlíder del PRI en Campeche, ahora reaparece como operador clave en Puebla (todavía bajo el camuflaje de Alito).
- Xitlalic Ceja, su esposa, pero con trayectoria propia como exsecretaria general del PRI estatal y actual presidenta del ONMPRI, también figura como aspirante a disputar la dirigencia.
Esta corriente (incluidos algunos liderazgos priistas regionales), que parecía extinguida, ha aprovechado el vacío de poder y el desgaste de la actual dirigencia para posicionarse nuevamente.
El único dique que puede contener al marinismo-armentismo es Néstor Camarillo, pero su permanencia no depende de los militantes ni de las estructuras: su reelección está en manos de “Alito” Moreno. El control vertical del PRI nacional permite que las decisiones locales se definan desde el centro, sin rendición de cuentas ni legitimidad de base.
En ese contexto, el PRI poblano no solo está dividido: está secuestrado entre el centralismo del CEN y la restauración de sus cacicazgos históricos.
La situación en Puebla refleja con claridad los males nacionales del PRI: fractura interna, captura por facciones, ruptura de alianzas opositoras y falta de renovación real. Lejos de encabezar una alternativa, el partido camina hacia la irrelevancia o, en el mejor de los casos, hacia una condición subordinada frente a Morena.
La decisión de competir sin aliados, la posibilidad de que el marinismo-armentismo recupere el aparato estatal y la pérdida de liderazgos competitivos convierten a Puebla en un ensayo general de la implosión del PRI rumbo a 2027.
Y mientras se formaliza el relevo en la dirigencia estatal, la verdadera disputa ocurre en otro nivel: el PRI está siendo reconfigurado como instrumento útil para el poder, o como partido residual para la simulación democrática.
Puebla no solo es un laboratorio de reorganización partidista: es una advertencia. Si el PRI cae en manos del pasado que lo condenó, si no logra romper con la lógica de cuotas y control vertical, entonces no habrá ni renovación ni resistencia. Solo la continuidad de su descomposición.
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