Las autoridades de Colombia confirmaron que Bayron Sánchez Salazar, mejor conocido como B-King, mantenía un vínculo familiar con Camilo Torres Martínez, alias “Fritanga”, exjefe del Clan del Golfo. El artista fue hallado asesinado en Cocotitlán, Estado de México, el pasado 17 de septiembre de 2025, en un crimen atribuido a la Familia Michoacana.

CDMX — En una entrevista concedida meses antes de su muerte, B-King reconoció públicamente que “Fritanga” era su tío y aseguró que lo apoyó desde la infancia. Lo describió incluso como “una persona caritativa” y llegó a llamarlo “el Robin Hood de muchas zonas”, minimizando los crímenes y condenas por narcotráfico que enfrentó Torres Martínez.

El propio “Fritanga” negó después un parentesco directo, señalando que B-King era “sobrino de una expareja” suya de hace más de una década y que no tenían contacto. Sin embargo, el reconocimiento del artista no pasó desapercibido y, tras su asesinato, cobra un peso simbólico mayor: evidencia la permeabilidad entre el mundo de la música y el imaginario del crimen organizado.

El presidente Gustavo Petro lamentó el asesinato de B-King y del DJ Regio Clown, calificándolo como otro episodio de la violencia ligada al narcotráfico. No obstante, el caso revela un trasfondo incómodo: la normalización de la narcocultura y la exaltación de figuras criminales en discursos públicos, entrevistas y canciones.

En Colombia, México y gran parte de América Latina, artistas y comunidades han construido narrativas donde capos y sicarios son vistos como benefactores o referentes de poder. Esta romantización, bajo la idea de “respeto familiar” o admiración, difumina las fronteras entre lo legal y lo criminal, arrastrando a jóvenes hacia dinámicas violentas y dañando la percepción social de lo que debe ser rechazado o valorado.

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