“No digas municipios afectados”. Cuatro palabras bastaron para exponer la tensión entre el discurso de transparencia y el control narrativo del gobierno de Claudia Sheinbaum. El mensaje, captado por los micrófonos durante la conferencia matutina, se convirtió en símbolo de una contradicción expuesta en vivo.

CDMX — Durante los primeros minutos de la conferencia presidencial de este martes, un murmullo se filtró entre los micrófonos del Salón Tesorería. La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo instruyó en voz baja, pero audible, al secretario de Salud, David Kershenobich Stalnikowitz: “No digas municipios afectados”. La frase, pronunciada segundos antes de un informe sobre los daños ocasionados por las lluvias, quedó registrada en la transmisión oficial y se propagó de inmediato en redes sociales.

Lo que parecía un detalle técnico se transformó en un episodio político. El secretario, siguiendo la indicación, alteró su exposición: omitió mencionar Puebla y Veracruz, sustituyéndolos por expresiones genéricas como “zonas prioritarias” y “áreas de atención”. Esa sustitución semántica —aparentemente menor— modificó la precisión geográfica de un reporte sobre daños y, con ello, la percepción pública de la crisis.

El incidente condensó una paradoja central del gobierno actual: prometer "apertura total" mientras se ejerce un control exhaustivo de la información. En una era de transmisiones en vivo y redes sociales, la instrucción que buscaba moderar la narrativa terminó amplificada por los mismos canales creados para exhibir transparencia.

La reacción digital fue inmediata. Usuarios contrastaron el susurro con la promesa presidencial —“No ocultaremos nada”— y convirtieron el momento en tendencia, entre memes y comparaciones con prácticas de censura. La oposición aprovechó la coyuntura para acusar a la administración de manipular deliberadamente la información con fines políticos, reduciendo la magnitud de la emergencia para controlar el impacto mediático.

Desde una perspectiva institucional, el episodio reveló fallas de control interno en la comunicación de crisis. Emitir una instrucción sensible en un entorno público y grabado refleja tanto un exceso de confianza en la discreción como una subestimación de los riesgos tecnológicos. En contextos de desastre o emergencia sanitaria, donde la precisión informativa es vital, estas omisiones afectan directamente la credibilidad gubernamental.

El momento también expuso una tensión básica entre la centralización del discurso y la transparencia prometida. La frase presidencial operó como un filtro en tiempo real, un mecanismo de autocensura institucional que contradice el relato de apertura y rendición de cuentas. La gestión de la percepción, en ese instante, prevaleció sobre la obligación de informar.

Una instrucción imposible de negar

El gobierno enfrenta un dilema comunicativo: no puede negar el hecho —la grabación es pública— ni atribuirlo a un malentendido. Solo resta reinterpretarlo como una sugerencia de forma, no de fondo, aunque el contenido del informe posterior demuestra lo contrario. El episodio, más allá del gesto, dejó al descubierto la fragilidad del discurso oficial cuando se enfrenta a su propia transparencia.

Lo que flotó en el aire de la sala de prensa no fue solo un susurro presidencial, sino la evidencia audible de una contradicción sistémica: en la administración Sheinbaum, la gestión de la narrativa compite con la verdad en tiempo real. En una era donde los micrófonos escuchan todo y las redes amplifican cualquier duda, aquel instante bastó para erosionar meses de construcción discursiva sobre la transparencia.

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