Claudia Sheinbaum llegó a Huauchinango, Puebla, con la intención de consolar a damnificados tras el paso de la tormenta tropical Jerry. Lo que encontró fue un municipio donde las promesas del edil colisionaban frontalmente con la realidad que vivía la población. Y no dudó en señalarlo.
Huauchinango, Pue. — El epicentro del conflicto fue Rogelio López Angulo, presidente municipal morenista del municipio. Cuando una ciudadanía expresó sus frustraciones sobre la falta de acción ante las inundaciones, el edil insistía en que sí estaba trabajando. Sheinbaum respondió con una sentencia que se convirtió en el eje del recorrido: "Usted me dice que sí trabaja y la gente dice que no. Y yo prefiero creerle a la gente". No fue una observación casual. Fue un regaño público que exponía la desconexión entre el discurso municipal y la realidad observable.
Durante el recorrido por el Recinto Ferial y las calles del centro, los damnificados presentaron un cuadro desolador de negligencia.
La debilidad municipal quedó completamente expuesta cuando una mujer denunció que en la colonia Chapultepec, los adultos mayores estaban atrapados dentro de una capilla, aparentemente por las inundaciones persistentes. López Angulo respondió con la frase que se repetiría como un mantra: "Ya se está trabajando". Pero la mujer contradijo su versión con precisión demoledora: esa misma mañana habían acudido al lugar y la situación continuaba sin cambios. Los adultos mayores seguían sin poder salir.
Este fue el momento en que Sheinbaum perdió la compostura diplomática. Con una claridad que no admitía ambigüedades, cuestionó directamente al edil: "Es importante que usted me diga cuánta gente tiene ahí trabajando". La pregunta no era retórica. Era una demanda de rendición de cuentas que exponía el vacío operativo. López Angulo no pudo responder. No tenía cifras, no tenía detalles, no tenía evidencia de un esfuerzo coordinado. Su silencio fue más elocuente que cualquier palabra.
La incapacidad del edil para justificar sus operaciones revela un problema mayor: la gestión municipal estaba desorganizada. No sabía cuántos elementos tenía trabajando, no podía demostrar dónde estaban, no podía explicar por qué pobladores reportaban inacción cuando él afirmaba estar actuando. Era la admisión tácita de un municipio sin control de situación, sin protocolos claros, sin capacidad de seguimiento. Rogelio López Angulo gobernaba sin datos, sin visibilidad operativa, sin autoridad sobre sus propias instituciones.
La intervención presidencial como último recurso
Con una molestia evidente, según revela la evidencia en video que presentamos, Sheinbaum hizo algo que define el nivel de colapso institucional: ignoró al presidente municipal y se dirigió directamente a la población. La Presidenta de la República tuvo que asumir el rol de ombudsman porque la autoridad municipal había abdicado de su responsabilidad de comunicación con sus gobernados. No era una estrategia política elegida; era la constatación de que el canal de comunicación entre López Angulo y la ciudadanía estaba roto.
Los reclamos que Sheinbaum escuchó iban más allá de las inundaciones. Pobladores señalaban problemas de seguridad, servicios públicos deficientes, caminos colapsados… El mensaje era claro: Huauchinango no solo sufría por los daños naturales, sino también por la ausencia de autoridad municipal que atendiera los problemas cotidianos de la población.
Claudia Sheinbaum prefirió creerle a la gente. Fue una decisión que, lejos de ser un acto de empatía política superficial, fue la constatación de que la autoridad municipal había perdido credibilidad. En ese momento, la Presidenta se convirtió en la única voz que los damnificados de Huauchinango sentían que los escuchaba. Eso, en sí mismo, es un síntoma de fallo institucional municipal profundo.

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