Un análisis forense del IGAE revela que la economía mexicana no está estancada, sino en recesión técnica. El crecimiento “cero” de agosto de 2025 es una ilusión estadística sostenida por un sector primario con cifras imposibles que contradicen los propios datos del INEGI.

Mexconomy — La narrativa oficial dice que la economía mexicana “no crece, pero tampoco cae”. Sin embargo, el examen detallado del Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) muestra otra realidad: un país en contracción técnica, maquillado con datos agrícolas que desafían la lógica productiva y agronómica. El supuesto 0.0% de crecimiento en agosto de 2025 es la fachada de un desplome generalizado del aparato industrial y energético nacional.

El IGAE pondera tres sectores: el primario (agricultura, ganadería, pesca), el secundario (industria, construcción, manufactura) y el terciario (servicios). En teoría, este índice debería ofrecer una fotografía honesta del país. En la práctica, se ha vuelto un mecanismo de contabilidad creativa.

El desequilibrio comienza con el dato absurdo del sector primario: un crecimiento anual de 15.3%, impulsado por una supuesta expansión agrícola del 26.5%. Un mes antes, el mismo INEGI reportó una caída de 19.9% en agricultura. En treinta días, México habría pasado del desastre a la abundancia, como si toda su cosecha anual se concentrara en agosto, un mes sin cosechas significativas. La contradicción no solo es estadística: es agronómicamente imposible.

Ese dato inflado del campo, que representa apenas el 3% del PIB, distorsiona todo el indicador nacional. Sin esa cifra, México mostraría una contracción de al menos -0.29% anual. Pero con ella, el promedio se eleva artificialmente a “cero”. Es la ilusión del equilibrio construida sobre una mentira.

Mientras tanto, la economía real se hunde. Las actividades secundarias, que generan empleo y valor agregado, cayeron -2.7% anual. La minería retrocedió -7.0%; la construcción, -3.2%; las manufacturas, -1.7%. El sector energético, con un índice de apenas 68.8 puntos (treinta menos que en 2018), confirma un retroceso estructural que asfixia la producción industrial. Ninguna economía puede sostener el empleo ni la inversión con su sistema eléctrico en declive.

En el sector terciario, que representa el 65% del PIB, el crecimiento de 0.8% apenas disimula una recesión por segmentos. El comercio al por mayor cayó -4.7%, el turismo -3.3%, el gasto público -2.7%. Solo el comercio minorista parece resistir, con un crecimiento de 6.4%. Pero su fortaleza es engañosa: no proviene de ingresos reales, sino de endeudamiento de los hogares. Tarjetas, préstamos, pagos a plazos. Un impulso artificial que no podrá sostenerse cuando el crédito se agote.

Los números del INEGI, reinterpretados sin maquillaje, dejan ver el cuadro completo: un país que acumula ocho meses sin crecimiento, una industria en contracción, un consumo inflado por deuda y una agricultura estadísticamente milagrosa. México no está “en pausa”: está en recesión técnica.

El gobierno evita el término porque asumirlo tendría consecuencias fiscales y políticas: caería la confianza inversionista, se encarecería el financiamiento público y se abriría la puerta al debate sobre un posible fracaso de la política económica. Resulta más conveniente hablar de “estancamiento” y esconder la crisis detrás de cifras agrícolas imposibles.

Pero la manipulación tiene un costo: sin diagnóstico real, no hay remedio. La negación oficial posterga decisiones urgentes —reforma energética, inversión industrial, incentivos productivos— y convierte una recesión manejable en una crisis estructural. El país desperdicia la oportunidad del nearshoring mientras pierde competitividad frente a Vietnam, India y Brasil.

Cuando se derrumbe la ficción estadística, el golpe será más severo. El endeudamiento de los hogares alcanzará su límite, el consumo caerá, y con él, los servicios que aún resisten. Entonces se confirmará lo que hoy el INEGI disfraza con decimales y porcentajes: México no está estancado. Está en recesión.

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